jueves, 10 de noviembre de 2011

Zatoichi, al ritmo de las espadas



Por Alejandra Rodríguez

 
El multifacético director japonés, Takeshi “Beat” Kitano, nos ofrece una versión siglo XXI de este samuráis legendario de la cultura japonesa. 
En el año 1962 el actor Shintaro Katsu, interpretó por primera vez al ciego Zatoichi, creado por Kan Shimozawa en el film denominado Zatoichi Monogatari. El personaje obtuvo un éxito increíble, a tal punto que se realizaron 26 films entre los años 1962 y 1989, y una serie televisiva de 100 capítulos que estuvo al aire entre  1974 y 1979.
El “revival kitaneano”, si bien está atravesado por las versiones anteriores y por la construcción que el imaginario social tiene de este personaje, sorprende por su originalidad y por la impronta inconfundible de su poética.
La historia al igual que un “western de locación”  transcurre en un pueblo rural del Japón, en el cual el equilibrio entre las reglas y la violencia es de una delicada precariedad.
El héroe aparece en la primera escena, sentado junto a su bastón-espada en un lugar  que funciona como una suerte de ‘no-espacio’, al igual que la casa en la será albergado, estos ‘no-espacios’ están situados en los confines del poblado e implican peligrosidad y azar para aquellos que lo transitan. Zatoichi, al igual que el héroe en el western clásico, es visto como símbolo de inestabilidad,  dada su ceguera y su nomadismo, pero por otro lado puede ser leído como el sabio de la antigüedad clásica, aquel que siendo ciego ve mas allá de lo que otros ven.
 La riqueza de la película está dada fundamentalmente en la multiplicidad de lecturas que de ella se desprenden, en su carácter ambiguo e irónico que no permite que el espectador se instale cómodamente un una lectura lineal de la historia.
Es muy fácil para el cine ser obsceno, abyecto, violento, ante esto el desafío es ver de que modo se reelaboran los tan citados y conocidos temas, de que modo se trascienden. El cine tiene la particularidad de tomar lo peor que hay en el mundo y con ese material crear una síntesis artística, cosa que no siempre se logra. En el film se entrecruzan varios tópicos recurrentes; el enfrentamiento entre bandos (buenos vs. malos); la prostitución infantil; la enfermedad; la violencia; la muerte y  Kitano parte de esos materiales ya conocidos, construyendo síntesis, aportando nuevas elaboraciones.
Luego de los trágicos griegos las historias se han contado todas y  el salto cualitativo del arte, está justamente en la forma en que esa mismas historias son reelaboradas y sintetizadas.
El contrapunto más interesante de Zatoichi es la interacción constante entre violencia, música, ritmo y humor, siendo estos los estilemas sobres los cuales está construida la película.
Los innumerables combates están estructurados rítmicamente y se suceden de manera sorpresiva, fugaz y a modo de una pieza de baile siendo algunos  explícitamente coreográficos. Los mismos funcionan como una suerte de metáfora de la obra misma, si tenemos en cuenta que ella alberga un combate permanente entre temas conocidos y su reelaboración. La sangre, que fluye abundantemente, fue trabajada mediante tecnología digital resaltando así su artificialidad y reforzando las heridas, al punto de desfigurarlas. Este tratamiento visual y sonoro de la imagen logra que el  espectador se distancie del relato y no pierda conciencia de que está frente a una construcción-ficción.
El apoteótico final en el que todos los actores bailan una versión moderna de una danza de época en la versión de un tap-jap junto al grupo japonés The Stripers, (especialmente contratados por Kitano para esta escena) nos ofrece una clave de lectura retrospectiva del film, tomando como eje la musicalidad y las escenas construidas con una marcada impronta coreográfica.
En una entrevista concedida a un diario argentino, Kitano expresó:  “Odio ver gente lastimada o lastimar gente. Odio ver sangre y no tolero el dolor físico. Encuentro a la violencia tan horrenda que no logro sentir una gran intriga por ella. Creo que soy mas cobarde que cualquier persona. Cuanto mas temo a la violencia, más me siento inclinado a mostrarla en las películas.”, El temor a la violencia funciona como impulso para indagar en ella. Sobre el carácter sombrío, oscuro y violento de las relaciones, el director despliega un manto de luminosidad, a través de su particular humor, de su frescura y de su mirada aguda frente a ese aspecto del mundo que lo perturba, logrando como resultado algo ‘mágico’, como si mediante un proceso de transformación nos permitiera ‘mirar’ la violencia a los ojos, sin dejar de reír. Convertir una batalla, una lucha cuerpo a cuerpo en una danza, implica un proceso de  simplificación tan singular como exquisito.
Kitano, toma de la imaginería contemporánea todo lo existente, con su brutal complejidad, trabaja a partir de eso y le devuelve al mismo mundo la integridad de su extracto.   
*El Sur también se ríe, Revista Cultural, Dirigida por Tute. (2004-2005)

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