jueves, 10 de noviembre de 2011

Mar adentro: elegir la muerte, pensar la vida

Por Alejandra Rodríguez

La multipremiada película española se mete de lleno en el debate sobre la eutanasia, sin emitir juicios. La mirada de El Sur sobre la historia de un hombre que se siente preso en su propio cuerpo.
   
 Mar adentro, el multipremiado film del director chileno Alejandro Amenábar, reciente ganador del Oscar como mejor película extranjera y de 14 premios Goya, recorre la vida de Ramón Sampedro, un mecánico de barcos que tras un accidente pasó casi 30 años postrado. Con esta historia, el espectador se sumerge en el complejo debate sobre la eutanasia (una muerte provocada, no natural, pero sin sufrimientos físicos), un método que es legal en muy pocos países.

Con la clara convicción de morir, el protagonista recurre a la Justicia española para reclamar una autorización con la que poner fin a su vida. Pero sólo encuentra rechazos.

Mar adentro se centra en este tema complejo y sumerge al espectador en una profunda reflexión sobre la mínima distancia que separa la vida de la muerte (de la muerte siempre presente en la vida, de su final irremediable). El pasado y el presente de Sampedro se rearman en el relato.

El mar, como símbolo de la vida y la muerte (tópicos que estructuran el filme), y también como espacio, nos coloca en la experiencia crucial del protagonista. Es una imagen que aparece reiteradamente en su memoria a modo de fragmento.


La reflexión sobre la muerte como elección atraviesa el film en contrapunto permanente con la vida. El protagonista, interpretado soberbiamente por Javier Bardem, tiene un objetivo claro: morir. “Yo miro hacia el futuro. ¿Y qué es el futuro? La muerte”, dice. Mientras, a su alrededor la vida fluye y se manifiesta en la fortaleza de los vínculos, en la intensidad de un encuentro, en la trascendencia de la literatura, en la simpleza del amor, en la complejidad del pensamiento.

Por medio de bellísimas tomas aéreas que nos transportan en un vertiginoso vuelo a través de imponentes paisajes, la película muestra la grandilocuencia de la existencia. En el centro de la cuestión está el cuerpo, símbolo del paso y del peso del tiempo. En el día a día, el hombre y su cuerpo son una sola cosa, producto de la experiencia repetitiva y de la familiaridad de las percepciones. Cuando sucede una situación extraordinaria, un accidente como el del filme, el ser humano transita por la experiencia de la dualidad. Es la ruptura de esa unidad hombre-cuerpo.

El cuerpo del protagonista, inmóvil, carga con la compleja sensación de la presencia y la ausencia. Sampedro está vivo, pero se siente muerto. Es prisionero de su propio cuerpo, que lo mantiene cautivo. Su imaginación le permite atravesar ventanas, recorrer paisajes, acercarse a la mujer que ama. Pero su cuerpo, una y otra vez, lo atrapa.

Esta encrucijada es dirimida a través de diferentes miradas. En este sentido, el planteo del filósofo alemán Friedrich Niezstche, sobre la perspectiva de la verdad, resulta interesante para leer cómo fueron construidos los personajes.

Ninguno es dueño absoluto de la verdad o, en todo caso, todos podrían serlo. El relato no emite juicios, sino que logra encontrar el grado más puro de sus perspectivas, mostrando sus posturas, dejando que las expresen. Como espectadores, podemos estar de acuerdo con algunos postulados y en contra de otros. Pero esto no nos impide ver que son posiciones coherentes. Incluso la del propio Sampedro, quien remarca que nunca habla en nombre de “los tetrapléjicos”, sino de él mismo.

A Sampedro su cuerpo lo abandona, y entonces elige morir, como un gesto manifiesto de libertad.  “Una vida que elimina la libertad de la vida, no es vida”, dice.
 
*El Sur también se ríe, Revista Cultural, Dirigida por Tute. (2004-2005)

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