viernes, 23 de noviembre de 2012


Página/12


  Publicado en Página 12 el viernes 23 de noviembre de 2012


 Por: Alejandra Rodríguez*

Las manifestaciones del 13S y el 8N, que congregaron un número importante de personas sin liderazgos o estructuras políticas definidas, se presentan como acontecimientos que invitan a pensar los límites y alcances de la política en el presente.
En ambas manifestaciones se expresaron distintos reclamos: el de la inseguridad, la inflación, la libertad de expresión y otras demandas parciales alternadas con frases y cánticos reaccionarios y con apelaciones a la soberbia en el estilo de gestión y a la poca capacidad de escucha por parte del Gobierno. No estuvieron presentes entre las demandas la aparición con vida de Julio López o la reforma de una política tributaria, entre otras. Fue una marcha de los sectores medios, aquellos que, paradójicamente, gracias a medidas políticas implementadas por el gobierno nacional, han aumentado en el último tiempo su capacidad de consumo. Esto, más allá del rótulo fácil que supone decir “no sé de qué te quejás, si a vos no te va mal”, es algo que debe ser problematizado, formulando preguntas que ayuden a comprender cuáles son los resortes que se mueven entre esas subjetividades políticas, aunque no se compartan sus razones.
Una de las críticas que se les hace a los manifestantes es la de no tener representatividad. Ser disconformes sin proyecto, sin partido político, sin líderes que los representen, lo que supone –desde el punto de vista de quienes esgrimen estos argumentos– que carecen de legitimidad en términos políticos. En ambas marchas se levantaron múltiples slogans, si bien algunos estuvieron más cercanos a reclamos de corte liberal que a expresiones de los sectores populares, debemos reconocer que la multitud que salió a la calle no integra un grupo de fascistas destituyentes organizados. Instalar este relato empobrece la comprensión de lo sucedido y supone no querer escuchar ni ver en su amplia dimensión lo acontecido. Nadie podría negar que existió una dimensión organizativa y que las corporaciones mediáticas hicieron lo suyo, sobretodo en el 8N, ya que el 13S tuvo un carácter más espontáneo, pero lo que tampoco se puede negar es que se trató de una expresión de descontento ciudadano. Muchos de ellos manifestaron su disconformidad con la actual representación política, no sólo del gobierno nacional, sino también de la dirigencia en su conjunto. Si algo caracterizó a los manifestantes fue su carácter de “no representados”. Pero la política no sólo es la manifestación de sujetos representados con un claro liderazgo o ciudadanos que votan en los comicios. La política es también esa irrupción, aunque sus voces resulten antipáticas. Reconocerlas supone tener una mirada amplia y plural sobre la democracia. No como negación, indiferencia o mediante la rotulación simplista que ve en ellas sólo expresiones antipopulares o destituyentes. Explicaciones tranquilizadoras para quienes se sitúan en la vereda de enfrente, pero poco constructivas como lectura política ya que, lejos de dimensionar su complejidad, la simplifica. Resulta más sencillo ver a los manifestantes con el prisma de estereotipos variados de los más retrógrados y así diferenciarse de ellos, que asumir la tarea incómoda de formular preguntas acerca de sus porqué, aquello que los moviliza y los motivos de su descontento. Allí donde se anteponen explicaciones se pierden posibilidades de entender. En vez de hacer la constante reafirmación metonímica de tomar la parte por el todo y de adoptar explicaciones dicotómicas, convendría intentar una escucha atenta, proponerse ver la imagen en su compleja composición, con sus matices y sus grises.
Las subjetividades políticas se labran día a día en la experiencia social y en la posibilidad de verificar el efecto de la política en las propias vidas, por lo tanto no se pueden subsumir al voto ni suponen que exista una representación directa entre ellas y los comicios. Asumo entonces este ejercicio dialéctico que demando y pregunto: ¿qué tipo de subjetividades políticas son las que se están labrando en la experiencia social? ¿Qué hace la política para no ser sólo el voto obligatorio o la marcha heterogénea, desarticulada y reaccionaria? ¿Qué hace la política para incluir estas disidencias en el marco de un proyecto? ¿Qué nos están diciendo estas movilizaciones? ¿Qué sucede allí donde implosionan estas expresiones que surgen por fuera de la política representativa? La lectura de la realidad debería suponer interpelaciones y volver en forma de preguntas sobre la política, así se fortalece la experiencia democrática.

* Licenciada en Artes Combinadas (UBA), docente de educación superior.

sábado, 8 de septiembre de 2012



Página/12


Publicado en Página 12, 08 de septiembre de 2012.
EL PAIS › OPINION

La pluralidad parcial

Por Alejandra Rodríguez *

Desde hace un tiempo sostengo que las condiciones actuales de los debates políticos se inscriben bajo el imperio de la lógica binaria. Estos se presentan en una encrucijada difícil de resolver, ya que resulta complejo definirse kirchnerista y criticar alguna medida del Gobierno, o no serlo y defenderla.

La idea principal que quisiera poner en cuestión, a partir del debate surgido en estos últimos días, es la falsa antinomia que plantean quienes sostienen que oponerse al imperio de la lógica binaria supone ser un adherente de la “pospolítica”, una política sin antagonismos que elimina la dimensión conflictiva. Alimentar esta contraposición es un razonamiento, al menos, reduccionista. No es posible la política sin conflicto, sin correlación de fuerzas, sin lucha de intereses, sentidos e interpretaciones de los hechos. Pero reconocer su dimensión antagónica no supone encasillar los conflictos en dos campos definidos: kirchnerismo–antikirchnerismo. Justamente porque esos conflictos y esos intereses son múltiples, complejos, simplificamos su comprensión cuando intentamos polarizarlos. Reconocerlos en su pluralidad supone tener una visión democrática de la política. Si nos denominamos plurales, no podemos serlo de manera parcial, es necesario ser plurales no sólo para hablar de las conformaciones heterogéneas de las sociedades modernas, ésa es una lectura que le corresponde a la sociología. La pluralidad en términos políticos supone reconocer la complejidad de los múltiples conflictos sin etiquetarlos compulsivamente en derecha-izquierda, progresista-liberal, etcétera.

Restringir la mirada plural contribuye a la emergencia de un discurso hegemónico que construye en un “otro” antagónico a cualquiera que no acate en bloque las medidas del oficialismo y acusa de traidor y opositor al que señale cualquier contradicción entre las políticas y las prácticas y la lógica del modelo que se pretende defender. En muchos casos, el discurso hegemónico choca con las prácticas concretas de los sujetos que lo fogonean y reduce el pluralismo a la antinomia.

Ahora bien, la lógica binaria en la polarización política se reproduce en la circulación de las ideas, en los murmullos de la gente, eso que puede parecer intangible es una dimensión sustantiva de la vida en democracia, el caldo de cultivo en el que la política se alimenta y se construye cotidianamente. Es importante escuchar qué sucede en esos territorios. No se es menos kirchnerista por hacer esa escucha atenta. En este sentido, pregunto: ¿es posible reconocerse protagonista y constructor del proyecto nacional y popular en marcha, no identificarse con la oposición política ni con las corporaciones mediáticas, pero tener puntos críticos y desacuerdos con el kirchnerismo?

Algunas posiciones argumentan que el pluralismo lógico de toda sociedad no es incompatible con un reagrupamiento dentro de bloques más homogéneos que pretendan alcanzar cierta hegemonía política. Esta postura intenta trazar una línea divisoria de dos polos político-ideológicos: los neoliberales, que sostienen que las ideologías terminaron con el fin de instalar un neoliberalismo hegemónico, y los progresistas, que pretenden no dejarse engañar por este discurso. El pluralismo pretendido sería desde esa óptica apenas un argumento engañoso para instalar una visión o mirada unívoca sobre lo social. Nada invalida que las posiciones políticas puedan reagruparse, pero el que sean dos bloques, y no tres o cuatro, es arbitrario. Pero si aún todos coincidiéramos en que la línea divisoria está trazada “objetivamente” entre liberalismo-progresismo, este reagrupamiento de identidades sólo sería conciliador de la multiplicidad si se las reconociera y no se las invalidara. Lo más grave de todo es que la díada etiquetadora de derecha-izquierda, y de buenos y malos, lleva a asignar la etiqueta más solapada de amigo-enemigo.

Entonces, ¿es posible admitir prácticas plurales cuando la política es comprendida como una guerra, donde el que piensa diferente es etiquetado y convertido en un enemigo que debe ser combatido? La política tiene su cuota de disputa, sería imposible negarlo, pero una cosa es disputar en la diferencia reconocida, en el intercambio, y otra en la negación y el rotulamiento, tanto dentro como fuera del mismo espacio político.

Desde esta lógica, toda crítica al gobierno progresista es considerada una crítica de derecha, neoliberal, del enemigo o bien de un alma bella dedicada al análisis teórico y abstracto que desconoce la esencia misma de lo político. No cabe otra opción dentro del pensamiento binario etiquetador. Se pretende ingenuidad o mala intención allí donde hay crítica o disidencia. No, no idealizo a la política, sé de su espíritu de contienda, pero aquí no se trata de eso, sino de dónde y cómo se trazan los campos de “lucha” y de qué modo esa línea grotesca inhibe el desarrollo de nuestra cultura política.

* Licenciada en Artes Combinadas (UBA), docente de Educación Superior.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Sobre el imperio de la antinomias...


Entrevista que me hicieron en el programa radial "Rios de Tinta Tigres de Papel" el domingo 13 de agosto, luego de la publicación de mi artículo "El imperio de las antinomias" en el diario La Nación.


http://arinfoaudios.homeip.net/entrevistas/alejandrarodriguez.mp3


jueves, 9 de agosto de 2012



Jueves 09 de agosto de 2012 | Publicado en edición impresa


El imperio de las antinomias

Por Alejandra Rodríguez  | Para LA NACION

En los últimos tiempos, el debate político se ha tornado complejo, empobrecido en una encerrona de la que resulta difícil desmarcarse. El escenario social y cultural que se presenta como continente se delimita entre dos campos definidos: el kirchnerismo y el antikirchnerismo. Tal es así que resulta casi imposible reconocerse kirchnerista y criticar alguna medida del Gobierno, o bien no serlo y defenderla. El kirchnerismo y el antikirchnerismo funcionan como lugares desde los que se pueden anticipar y explicar los comportamientos, las intenciones y los efectos de las palabras. De modo tal que las opiniones se ven condicionadas a priori en una suerte de lógica antinómica mediante la cual se está de un lado o del otro.
En un programa televisivo por Canal Encuentro, Adrián Paenza nos recuerda que el sistema binario está incorporado en nuestra vida cotidiana como forma de proceder para interpretar el mundo que nos rodea y que podemos escribir con 0 y 1 cualquier número hasta el infinito, así como codificar textos e imágenes. Ahora bien, ¿qué pasa cuando trasladamos esta lógica a la política? ¿Qué sucede si utilizamos la lógica de los sistemas binarios a la hora de abrir los debates? Es ahí donde la matemática encuentra sus límites ya que no alcanza como herramienta para la comprensión o la argumentación política. Por definición, la lógica de los sistemas binarios supone imaginar un escenario dividido en dos con la grave consecuencia de poner de un lado todo lo que no está del otro. Entonces, el destino del debate de ideas resulta inexorablemente empobrecido.
La coyuntura política viene marcando la agenda de debate público, para el que debemos pagar -a modo de peaje- con una toma de partido por una u otra posición antes de abrir diálogo alguno. De este modo, nuestras argumentaciones quedan encasilladas en algún lugar del tablero. La dicotomía se impone sobre el juicio reflexivo, aquel que se caracteriza por constituirse como juicio con otros, entre otros. Entonces, la palabra termina siendo ruido y el diálogo un "como si", porque dialogar supone estar dispuestos a pararnos en el lugar del otro, no para pensar como él, pero sí para incorporar su punto de vista, para conocer sus valores, sus razones e incluso para reafirmar las propias posiciones. El diálogo político supone la voluntad de desplazar las certezas, a riesgo de que éstas se vean modificadas; se trata de buscar el entendimiento aun en el desacuerdo.
El debate y el intercambio de ideas son condimentos indispensables para el fortalecimiento de la vida democrática, porque la democracia no se garantiza con un porcentaje determinado de votos, al menos, no, la democracia real, aquella que se sostiene con una ciudadanía activa, participante, dispuesta al ejercicio de la palabra y a la verificación constante de las elecciones y decisiones.
Es imposible pensar la búsqueda de entendimiento y la profundización de los procesos de transformación social sin incorporar la crítica, y ser críticos no significa desconocer lo avanzado o estar "en contra de"; es importantísimo consolidar los logros conseguidos, pero esto no debe imposibilitarnos para revisar los pasos que seguimos dando, ni el replanteo de ideas, ni dejar de lado la capacidad autorreflexiva.
Mucho se habla del cambio cultural como un desafío de este tiempo, y sin duda se vienen dando avances muy importantes en este sentido, pero la cultura se transforma cuando incluye. Y una inclusión que no debe ser excluyente en ninguno de los aspectos que hacen a la vida en comunidad. Nos distanciamos de las posibilidades del cambio cultural cuando excluimos de antemano o rotulamos al que no piensa igual que nosotros o cuando agudizamos las confrontaciones bajo la concepción simplista de un "ellos" vs. un "nosotros". La pregunta que nos formulamos es si seremos capaces como sociedad de avanzar hacia la superación de la concepción binaria de la política.
Sabemos que cuando las corporaciones mediáticas hegemonizan la interpretación de los acontecimientos sus consecuencias son negativas en el seno de la vida social, sucede también lo propio cuando se hegemoniza la experiencia política, invalidando aquello que no entra en el molde. Tal vez venga bien recordarnos que los proyectos políticos y las transformaciones sociales son el resultado del trabajo de conjunto, nunca son propiedad de algunas agrupaciones, espacios o personas, aunque sean estos dinamizadores, gestores o representantes elegidos por el voto popular. La construcción de un país inclusivo para todos no es privativa de quienes militan en un espacio determinado o de quienes ocupan cargos en el poder superestructural. El proyecto nacional, con sus logros y desafíos pendientes, es propiedad, construcción y responsabilidad de todos.
© La Nacion.

sábado, 31 de marzo de 2012


Lo que la tragedia dejó: el espectáctulo y las palabras

Por Alejandra Rodríguez

A poco más un mes de la tragedia del tren de la línea Sarmiento que tuvo como consecuencia 51 muertos y más de 700 heridos - una de las tragedias ferroviarias más significativas de nuestra historia -nos permitimos reflexionar sobre dos dimensiones abiertas a partir de lo sucedido: la espectacularización de la muerte y el poder de las palabras.

El corolario de los aciagos días posteriores al choque, fue el hallazgo del cuerpo sin vida de Lucas Menghini Rey (20) entre los vagones del tren siniestrado, tras dos días de intensa búsqueda por parte de sus padres. Mientras Lucas no aparecía, el tiempo estuvo suspendido por la incertidumbre, los interrogantes y las elucubraciones. Lucas no estaba en ningún lugar, nadie sabía de él, ni sus padres, ni la empresa, ni el Estado. Durante ese tiempo, entre el desasosiego social teñido de perplejidad, circulaban preguntas ¿Dónde estará? ¿Habrá subido efectivamente al tren? ¿Estará bajo efecto de shock en algún recóndito lugar de la ciudad? La confirmación de que Lucas se sumaba a la lista de víctimas fatales y que además su cuerpo permaneció entre los hierros del tren, sin que nadie se percatara de esto durante más de 50 horas, hizo de su rostro joven, un símbolo de la tragedia. En su rostro, el de todos los demás muertos. Su nombre, Lucas, condensó las posibilidades de sentidos, de impotencias y dolores compartidos socialmente.


Mientras tanto, apenas sucedido el siniestro y con el correr de las horas, se esperaban las palabras de la Presidenta, las que llegaron con contundencia días después de la tragedia. Este reclamo murmurado y amplificado por los medios de comunicación, fue leído desde muchos sectores como una demanda innecesaria, se argumentaba que la Presidenta está gobernando igual, que ha tomado decisiones a través de sus Ministros y que fue siguiendo paso a paso lo sucedido. Ahora bien, por qué no pensar e interpretar esta demanda o necesidad de pronunciamiento público como algo positivo, como un indicador social que da cuenta de la madurez de nuestra experiencia democrática. Donde no hay palabras, hay violencia y especulaciones. Donde el relato instituyente de la política está ausente, funcionan y operan otros relatos. Así, la desestabilizadora estrategia mediática hizo lo suyo como contrapunto del silencio presidencial. El relato de la tragedia fue reactualizado en la instancia del espectáculo, en cada imagen proyectada una y mil veces, porque para la lógica de la maquinaria mediática, la tragedia no puede ser jamás clausurada. La reiteración incansable de las imágenes del dolor, alimentando el morbo, acompañadas por música incidental y por voces dispersas, maniqueas, abocadas poco a informar, pero enérgicas haciendo leña del árbol caído. Así funciona el poder del relato televisivo, sabemos que el poder no se posee como un bien; es una relación desigual que se ejerce, circula, funciona en cadena, reticular y transversalmente  al cuerpo social.


En este escenario, se inscribe el relato de la Presidenta, su palabra pública instituyente, que re ordena, organiza, habilita la posibilidad de reconfigurar una vez más los resortes estratégicos de la política. En uno de sus discursos al comenzar su primer mandato Cristina Fernández dijo: “lo esencial de mi gobierno es el relato” y el relato es aquello que le da sentido a los acontecimientos, a las acciones, al devenir. La palabra pública ante el dolor público, como la sabia que brota de la corteza del árbol social, es lo que puede reencauzar el porvenir, trazar alguna explicación sobre lo sucedido.
Es la palabra del anuncio y la de los hechos, la palabra como puente extendido, como un input que emerge en medio del dolor y la incertidumbre, como lugar de lo común aún en el desacuerdo. Pero también es palabra con sentido de responsabilidad, que incorpora sus efectos sociales, que dimensiona su productividad, su receptividad, que se expresa en el anuncio de las decisiones y en la búsqueda de cooperación. Entonces, es tan necesario decir como querer escuchar, porque así se teje la autoreflexividad colectiva de los pueblos, en una interacción de todos, en un intercambio dialógico indispensable en la conversación social democrática. En este sentido,  y como parte de esta conversación social,  se expresaron los padres de Lucas, sus palabras legitimadas desde el dolor, exigentes de respeto y justicia, interpelaron el relato mediático: “Debemos pensar alguna vez, lo antes posible, que ninguna imagen, ningún sonido, ninguna supuesta primicia  puede violentar el derecho básico a la intimidad de las personas  como nos pasó el viernes a la tarde, cuando anunciaron la muerte de nuestro hijo sin que nosotros tuviésemos la confirmación oficial. Después me esperaron en la morgue, nunca más puede ser visualmente atractivo para nadie ver la imagen de un padre entrando allí a reconocer el cuerpo de su hijo, la obligación de imponer un cambio es nuestra, como trabajadores de prensa pero sobre todo como seres humanos que es una instancia superior a cualquier trabajo”, expresó Paolo Menghini, quien se desempeña como editor en la Televisión Pública.


La palabra reconfigura, abre, alivia, posibilita y funda la construcción del reverso de la  tragedia. De ese modo opera su poder instituyente, como el movimiento  ondulatorio de una red puesta al viento, porque el poder es productivo y sus fuerzas se definen por su capacidad de afectar para bien o para mal la vida de los más.
Hoy, la imagen de Lucas reposicionada en el tiempo de su no aparición, es una presencia ausente, un reaparecido, un recuerdo presente de un pasado siempre por venir en el futuro, si la justicia y la voluntad política no actúan. Una promesa de justicia, una promesa de igualdad cuyo enlace debe ser verificado cada vez más en nuestras vidas singulares y colectivas. Lucas, un ser con la política de la memoria.

viernes, 27 de enero de 2012





Publicado en Página 12, 17 de enero de 2012


Por Alejandra Rodríguez *

”Actuar con el pensamiento es propio de todos, por ende, de nadie en particular (...) En este sentido, nadie tiene derecho a hablar como intelectual, lo que equivale a decir que todo el mundo lo es.”
Jacques Rancière

El debate en torno de la figura del intelectual y su relación con el poder político es de larga duración. Esta tensión es reavivada por algunas situaciones que despuntan cada tanto en la escena pública; son ejemplo de ello en estos últimos días, la entrevista a José Pablo Feinmann en el diario La Nación y la aparición de Plataforma 2012, así como lo ha sido en su momento el cruce entre Vargas Llosa y Horacio González o la participación de Beatriz Sarlo en el programa televisivo 6,7,8.
Una de las características sobresalientes de este proceso político es justamente la aparición pública de los denominados y autodenominados intelectuales. A partir de esto nos permitimos reflexionar acerca de la condición del intelectual y su relación con la vida social, en tal caso, repensar esta denominación distintiva arraigada en el sentido común que les otorgamos a ciertas personas cuando las definimos como “intelectuales”.
Una primera aproximación al concepto “intelectual” admite la existencia de personas con determinadas características diferenciales en relación con otros. Ser un intelectual supone el ejercicio del intelecto, por lo tanto son intelectuales aquellos que trabajan con el pensamiento y las ideas. En muchos casos el término intelectual es utilizado como sinónimo de “académico”. Por otra parte, existe una idea romántica e iluminista en torno del intelectual, aquella persona que en soledad es capaz de gestar las ideas más brillantes y originales, por lo tanto es necesario que éste mantenga cierta distancia de la masa social, del poder político y de los medios masivos de comunicación para garantizar un pensamiento critico, complejo y original. La soledad es la garantía para que esto suceda. En esta línea, los intelectuales requieren del reconocimiento y valoración de sus ideas, y eso es legítimo, siempre que se considere que las ideas son propiedad de una cabeza ilustrada, reflexiva e iluminada.
En este sentido quisiéramos replantearnos esa posición frente a las ideas, ya que consideramos que éstas son productos de contextos socioculturales, de relaciones intersubjetivas y actos de comunicación que suceden entre las personas de una comunidad. Las ideas son sociales.
Los pragmatistas norteamericanos: Holmes, James, Pierce y Dewey, tenían diferencias personales y filosóficas, pero compartían una idea sobre las ideas, ellos creían que las mismas no están “ahí” esperando ser descubiertas, sino que son herramientas –como los tenedores, los cuchillos y los microchips– que las personas crean para hacer frente al mundo en que se encuentran.
Desde esta perspectiva todos somos intelectuales porque todos somos capaces de pensar; el pensamiento no es privativo de nadie, por más trayectoria académica que una persona posea. Este posicionamiento nos lleva a cuestionar la doxa, esa opinión que otorga autoridad a los intelectuales para intervenir en las cosas de la política. El proceso político transformador que estamos transitando necesita ser profundizado con constructores pensantes, por eso creemos que es necesario reconfigurar esa posición sostenida de que sólo aquellos habilitados y formados para pensar son los que pueden otorgar legitimidad o cierta claridad lumínica a los acontecimientos sociales. El tiempo que transcurre no necesita ser iluminado por los que piensan, como si fuesen una parte externa del mismo, un grupo de voyeurs hermeneutas, cuya racionalidad que sobrevuela el común de las personas es la indicada para develar y explicar el sentido de las contiendas políticas y culturales. El alumbramiento sucede en las múltiples expresiones comunicativas y en el carácter de autorreflexividad colectiva que los pueblos tienen producto de la experiencia social compartida.
En estas posiciones se dirime la sintonía fina de la disputa cultural del presente, un tiempo en el que la originalidad y la soledad del pensamiento (si es que esto fuese posible) no son valores primordiales. La generosidad de este momento político nos demanda la construcción de artilugios teóricos, discursivos y retóricos que sean interpelados en su aplicabilidad social, no para explicarles a los “no intelectuales”, ni para contribuir a la interpretación de lo que va sucediendo, sino para comprender colectivamente el devenir de este tiempo y el horizonte de nuestra experiencia. Esta comprensión de conjunto se construye en la vida social, no en la cabeza o la voluntad de una o algunas personas. La producción de igualdad es una tarea que nos debemos también en este sentido. Como sociedad nos queda el desafío de reinventar nuevos modos de producción de conocimiento, nuevos modos de pensar la relación entre el campo de las ideas y la experiencia social.


* Licenciada en Artes Combinadas (UBA), integrante de Pensamiento Militante y Red Mujeres con Cristina.

viernes, 13 de enero de 2012

Este es el romance del pensamiento militante, de la aventura colectiva y unas pocas cosas más…

                                                                                       Publicado en www.pensamientomilitante.blogspot.com
Por  Alejandra Rodríguez


Mientras la política queda atrapada, muchas veces,  en el callejón (¿sin salida?) de la correlación de fuerzas, descuida que las disputas de este tiempo transitan también por el camino de las ideas y los sentidos. La lucha no se dirime solo por los espacios de poder.

Ahora bien, la monopolización del sentido no puede quedar en manos de unos pocos, porque somos muchos los que venimos siendo parte de la conversación social. La interpretación del tiempo que transitamos se enriquece con múltiples verdades y puntos de vistas y se empobrece en la pretensión de unificar lecturas, de polarizar las posiciones.

El pensamiento militante es pensamiento-acción, es una posibilidad que se despliega en el vínculo intersubjetivo, allí, cuando nos imbricamos. Es activo, transformador, se recrea permantemente en las conversaciones, en las lecturas, es abierto, se anima a la autocrítica, busca nuevos interrogantes, interpreta, complejiza, no se limita a la reproducción automática, es generador, co-productor de sentidos y prácticas.

El pensamiento militante no pretende “acompañar”, ya que esto supone mirar desde afuera, sino más bien “protagonizar” la revuelta de estos tiempos, ser parte de la masa descubridora de su potencia. El trabajo del pensamiento está en cruzar los puntos que se tejen con  los hilos de las palabras- apasionadas, imprecisas, balbuceadas – y con ellas trazar líneas, crear formas, sentidos y prácticas. El pensamiento no tiene dioses ni maestros iluminados que lo autorizan  a pensar, a qué pensar. La confianza y el motor están en la comunicación entre pares, en el entendimiento colectivo.

Quienes integramos este colectivo político no pretendemos ser la vanguardia de nada más que nuestras posibilidades, a las que no pensamos renunciar en el altar de la falsa antinomia: pensamiento o acción. La reposición del pensamiento en la experiencia política y social es tarea de todos, no se trata de privatizarlo ni confinarlo como propiedad de los que “piensan” en contraposición a los que “hacen”. Pensar es hacer, al comunicarnos accionamos, nos ligamos, hacemos lazo, nos ponemos en relación, construimos comunidad. Nuestro pensamiento es praxis, porque se anima a cuestionar lo instituido, a reflexionar más allá de lo que se presenta como inexorable, poniendo en duda el orden dado y el continente que organiza y estructura nuestra percepción sensible del mundo que habitamos.
  
Así lo decía nuestro compañero John William Cooke: “...la teoría política no es una ciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos inciados, sino un instrumento de las masas para desatar la tremenda potencia contenida en ellas”.

jueves, 12 de enero de 2012

La política que despolitiza
Las nuevas derechas globales: del espectáculo al corazón
Publicada en La Nave, revista de pensamiento político. Año 2 Nº 4. (Dic. 2011)

Por Alejandra Rodríguez
“Hay una estética de la política en el sentido
en que los actos de subjetivación política redefinen
lo que es visible, lo que se puede decir de ello
 y qué sujetos son capaces de hacerlo”.
Jacques Ramcière,[1]

Lejos de pensar en el fascismo italiano o la Alemania de Hitler, la reflexión sobre la relación entre totalitarismo y democracia cobra dimensiones significativas en el presente a la hora de pensar en la conformación de las nuevas derechas globales.
El surgimiento del empresariado en los asuntos políticos, una religiosidad espectacular que congrega multitudes, y el poder mediático,  son formas locales que adquiere la alianza entre capital financiero internacional, la economía modernizada y  las expresiones culturales religiosas. Sus estrategias políticas se orientan al debilitamiento de la democracia participativa y operan limitando el rol del  ciudadano al de espectadores ‘voyeur’,  dispuesto al entretenimiento o el fanatismo religioso mientras los ‘políticos’ y los ‘expertos’ se encargan de la cosa pública. Esto nos plantea la necesidad de pensar en los enigmas sociales de la sensibilidad e identificar las formas del enlace entre mundo  global y mundo privado. La pregunta por el status de las representaciones que definen a los nuevos sujetos y esas formas que operan sobre las subjetividades sociales se hacen visibles en las performances de pastores religiosos, empresarios devenidos políticos y personajes mediáticos.
Nos proponemos en éstas líneas un recorrido por algunos escenarios con sus personajes y discursos:
En la Avenida 9 de Julio, un mega escenario iluminado con una puesta en escena a lo Shakira u cualquier otra presentación de taquilla mundial, promocionado por una fuerte campaña publicitaria, con una estética de espectáculo y el eslogan "Buena música y Buenas noticias", hace su presentación Luís Palau, el pastor evangelista argentino nacionalizado en Estados Unidos. Lo acompaña una multitud de gente, seguidores fervientes a quienes les habla de valores éticos y religiosos. Según consta en su sitio oficial  ha sido orador ante más de 22 millones de personas en 22 países. Su dispositivo incluye congresos, seminarios y conferencias – festivales que alternan sus discursos con recitales de grupos musicales y cantantes populares.
En el televisor encendido de cada noche,  Marcelo Tinelli - el reconocido conductor televisivo y empresario, ex -relator de fútbol y devorador de alfajores enteros-  hace bailar a todos por un ¿sueño? La construcción mediático-popular de soltero codiciado y exitoso, conserva algo del pibe de pueblo, familiar y sensiblero, un tipo común qué con esfuerzo y trabajo llegó a ser famoso y millonario. En su programa la vida se resuelve “bailando por un sueño”, un sueño que solo es una excusa para el desfile de escenas bizarras, escandaletes novelescos y coreografías que tienen al cuerpo de la mujer como fetiche de atracción, todo recortado sobre el fondo de una superproducción televisiva.
En la Ciudad de Buenos Aires, el empresario Mauricio Macri llega a la Jefatura de Gobierno (elegido por el voto popular) luego de ser Presidente del Club Boca Juniors. Ofrece sus propuestas cual productos en el mercado, las que  acompaña con la promesa de trasladar su capacidad de éxito empresarial al terreno de lo público.  Su campaña recreada en la diversión de un pelotero de globos de colores, tuvo como eje de la estrategia comunicativa la apelación al ‘vecinalismo festivo’. Mauricio le habla a un electorado despreocupado de tomar partido o comprometerse por los asuntos comunes, un votante consumidor y autista.

El filósofo alemán Jürgen Habermas[2] describe un conjunto de valores que caracterizan a  la nueva derecha global, a saber: el ideal del hombre rico, emprendedor y eficaz;  la importancia del mérito personal, de la ‘diferencia’ como un bien superior; la política como una suma de ‘acciones exitosas’ y el rol de los ciudadanos organizando su intervención (cívica) en los asuntos públicos a través de un sistema de intercambio,  que equivale a un mercado. El pastor que oficia como portavoz de la civilidad, el empresario mediático y el candidato empresario encarnan estos valores y representan formas de identificación masivas como parte de la saga despolitizadora.
En Palau, la dosis de comunidad internacional se entrelaza con la situación personal de sus seguidores y se refuerza con la propia historia del pastor, referencia última para los congregados, le habla a lo “descarriados” para que sean personas de bien.  Esto decía al abrir el Festival en la  9 de Julio “La Argentina está viviendo un despertar espiritual seguido por todo el mundo a través de 40 mil computadoras encendidas. Dios está haciendo una obra grande en la Argentina. ¿Cuántos de los que está aquí son solteros o solteras? Yo sé  porque vinieron…están buscando novio o novia, por eso vinieron. Les recomiendo mi libro “Con quien me casaré”, está en todo los kioscos, cómprenlo, así se casan bien”.
Tinelli, reedita diariamente un contrato con sus telespectadores reafirmando al pibe de Bolívar - que podría ser cualquier televidente -  le habla al tipo común, al soñador. Por su parte, Mauricio con su discurso vecinalista, teñido de falsa armonía, se dirige al vecino molesto por los trapitos que cuidan los autos o por los manteros que complican el buen vivir de la Ciudad Autónoma: “Quiero decirles que cada día estoy más enamorado de esta Ciudad y decirles a todos los vecinos que voy a seguir tocándoles el timbre porque necesito escucharlos, que estemos cerca, que estemos unidos, porque Juntos Venimos Bien. Juntos Venimos Bien.”.

Esto discursos, apelan a la estrategia de la proximidad entre ellos y los que escuchan, intención que a la vez refuerza la distancia, la brecha entre los que miran y los que actúan. Distantes de la noción de igualdad, descansan en la idea de la individualidad, con un poder de convicción inédito que construye realidad y que tiene detrás apoyos sociales masivos. Un mix que combina la construcción espectacular con la dimensión singular, una forma de entrar (modelar) al mundo privado de las personas. Así, la derecha global, en tanto modelo del nuevo espíritu capitalista hace presente en cada momento de la vida social, de la comunicación y la opinión pública los procesos de globalización. Según Chantal Mouffe[3], su éxito se debe, por un lado, a la articulación de demandas democráticas reales que no son tomadas en cuenta por los partidos tradicionales y por el otro, a la eficaz consciencia que tienen de la “dimensión afectiva de la política”, de las necesidad de movilizar pasiones y cierta forma de esperanza, según la creencia de que las cosas podrían ser diferentes. Son ejemplos de ello el eslogan de  Francisco De Narváez  en la última campaña: “El cambio comienza un día” o el de Sebastián  Piñera en Chile cuyo jingle fue un cover “Quiero gritar que te quiero” - del grupo argentino Los Náufragos-   modificado a “Quiero gritar viva el cambio”. 
En este sentido, es necesario introducir en el devenir político una lectura en clave estética, entendida ésta como la forma en que se organiza nuestra percepción de la realidad, nuestra relación sensible con el mundo. Hoy, la pregunta por los enigmas sociales de la sensibilidad, por los mundos recombinados, resimbolizados,  es una pregunta estética más que política, ya que en esa percepción y organización se producen jeraquizaciones, se moldean subjetividades y se configuran los imaginarios colectivos. La disputa de estos tiempos se dirime en la manipulación de los estados de ánimo, en las ficcionalizaciones  de lo real, en la imposición de los imaginarios, en la puesta en escena, en lo que concierne al mundo privado, al inconsciente, a la imaginación, a la imagen y el montaje de los hechos y las cosas, es decir, territorio estético y político.


[1] Rancière, J., (2010), El Espectador Emancipado, Buenos Aires, Bordes Manantial.
[2] Habermas, J., (2004), Tiempo de transiciones, Trotta, Madrid.
[3] Mouffe, Ch., (2009), En torno a lo político. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

sábado, 7 de enero de 2012

Amores

Por Alejandra Rodríguez

De regreso en el taxi, luego de compartir la charla con  mi amiga Laura Vaccari, me quedo sola con el taxista. Venimos por Av. Alem. Al pasar por el edificio del correo, comenta:
- Vió que hermoso está quedando, lo mandó a refaccionar Néstor porque su papá trabajaba en el correo. ¿Sabía usted?
- No, le contesto.
-Ahh, entonces seguramente no sabe que la mamá de Néstor es chilena y se conocieron en el correo, en el sur. Entre los teléfonos y las cartas. El se enamoró. Viajó a Chile y se casó. ¡Qué metejón!
-¿Y usted como sabe? le pregunté
- Me lo contó Néstor.
Me quedé en silencio. No quise saber más.
La noche hermosa. No esperaba un relato de amor. Un relato de Néstor.
Al llegar a destino y mientras me cobraba, concluyó: me llamo Juan Domingo, nací el 25 de mayo del '52, Perón es mi padrino. Este es el mejor gobierno que conocí, después de Perón, pero yo no soy fanático por eso a la mañana escucho a Magdalena y después a Víctor Hugo. Qué descanse señorita y que Dios cuide y bendiga a nuestra Presidenta.

Bellezas

Por Alejandra Rodríguez

En la sala de espera de la Clínica Modelo, una señora inicia el diálogo:
“¿Conocen la nueva clínica de la calle Roque Sáenz Peña?
No señora – contestamos.
Continúa: “Ayyy…es una belleza, una hermosura, los pisos brillosos, todo limpito, impecable…..y los médicos son divinos, hacen operaciones que son una belleza, todos jovencitos, no saben qué divino lugar. Le 'pasó el trapo' al Sanatorio Santa Rosa y a  esta Clínica. Es un lugar ‘espetacular’, tienen que ir a conocerlo. Es una hermosura. Además, el desayuno, parece 'norteamericano'”