viernes, 27 de enero de 2012





Publicado en Página 12, 17 de enero de 2012


Por Alejandra Rodríguez *

”Actuar con el pensamiento es propio de todos, por ende, de nadie en particular (...) En este sentido, nadie tiene derecho a hablar como intelectual, lo que equivale a decir que todo el mundo lo es.”
Jacques Rancière

El debate en torno de la figura del intelectual y su relación con el poder político es de larga duración. Esta tensión es reavivada por algunas situaciones que despuntan cada tanto en la escena pública; son ejemplo de ello en estos últimos días, la entrevista a José Pablo Feinmann en el diario La Nación y la aparición de Plataforma 2012, así como lo ha sido en su momento el cruce entre Vargas Llosa y Horacio González o la participación de Beatriz Sarlo en el programa televisivo 6,7,8.
Una de las características sobresalientes de este proceso político es justamente la aparición pública de los denominados y autodenominados intelectuales. A partir de esto nos permitimos reflexionar acerca de la condición del intelectual y su relación con la vida social, en tal caso, repensar esta denominación distintiva arraigada en el sentido común que les otorgamos a ciertas personas cuando las definimos como “intelectuales”.
Una primera aproximación al concepto “intelectual” admite la existencia de personas con determinadas características diferenciales en relación con otros. Ser un intelectual supone el ejercicio del intelecto, por lo tanto son intelectuales aquellos que trabajan con el pensamiento y las ideas. En muchos casos el término intelectual es utilizado como sinónimo de “académico”. Por otra parte, existe una idea romántica e iluminista en torno del intelectual, aquella persona que en soledad es capaz de gestar las ideas más brillantes y originales, por lo tanto es necesario que éste mantenga cierta distancia de la masa social, del poder político y de los medios masivos de comunicación para garantizar un pensamiento critico, complejo y original. La soledad es la garantía para que esto suceda. En esta línea, los intelectuales requieren del reconocimiento y valoración de sus ideas, y eso es legítimo, siempre que se considere que las ideas son propiedad de una cabeza ilustrada, reflexiva e iluminada.
En este sentido quisiéramos replantearnos esa posición frente a las ideas, ya que consideramos que éstas son productos de contextos socioculturales, de relaciones intersubjetivas y actos de comunicación que suceden entre las personas de una comunidad. Las ideas son sociales.
Los pragmatistas norteamericanos: Holmes, James, Pierce y Dewey, tenían diferencias personales y filosóficas, pero compartían una idea sobre las ideas, ellos creían que las mismas no están “ahí” esperando ser descubiertas, sino que son herramientas –como los tenedores, los cuchillos y los microchips– que las personas crean para hacer frente al mundo en que se encuentran.
Desde esta perspectiva todos somos intelectuales porque todos somos capaces de pensar; el pensamiento no es privativo de nadie, por más trayectoria académica que una persona posea. Este posicionamiento nos lleva a cuestionar la doxa, esa opinión que otorga autoridad a los intelectuales para intervenir en las cosas de la política. El proceso político transformador que estamos transitando necesita ser profundizado con constructores pensantes, por eso creemos que es necesario reconfigurar esa posición sostenida de que sólo aquellos habilitados y formados para pensar son los que pueden otorgar legitimidad o cierta claridad lumínica a los acontecimientos sociales. El tiempo que transcurre no necesita ser iluminado por los que piensan, como si fuesen una parte externa del mismo, un grupo de voyeurs hermeneutas, cuya racionalidad que sobrevuela el común de las personas es la indicada para develar y explicar el sentido de las contiendas políticas y culturales. El alumbramiento sucede en las múltiples expresiones comunicativas y en el carácter de autorreflexividad colectiva que los pueblos tienen producto de la experiencia social compartida.
En estas posiciones se dirime la sintonía fina de la disputa cultural del presente, un tiempo en el que la originalidad y la soledad del pensamiento (si es que esto fuese posible) no son valores primordiales. La generosidad de este momento político nos demanda la construcción de artilugios teóricos, discursivos y retóricos que sean interpelados en su aplicabilidad social, no para explicarles a los “no intelectuales”, ni para contribuir a la interpretación de lo que va sucediendo, sino para comprender colectivamente el devenir de este tiempo y el horizonte de nuestra experiencia. Esta comprensión de conjunto se construye en la vida social, no en la cabeza o la voluntad de una o algunas personas. La producción de igualdad es una tarea que nos debemos también en este sentido. Como sociedad nos queda el desafío de reinventar nuevos modos de producción de conocimiento, nuevos modos de pensar la relación entre el campo de las ideas y la experiencia social.


* Licenciada en Artes Combinadas (UBA), integrante de Pensamiento Militante y Red Mujeres con Cristina.

4 comentarios:

  1. Hola Ale, me gustó mucho tu reflexión. Me quedo pensando sin embargo en esto: cuál sería entonces la especificidad de politólogos, semiólogos, sociólogos, etc entonces? porque si bien es cierto que todas las personas cocinamos, no todas tenemos digamos, la mano de Blanca Cota (aunque hay cada abuela que ni te cuento) beso! p.

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    1. Hola Paula!
      Por supuesto que existen especificidades y que no todos desarrollan la misma tarea con el pensamiento aunque todos seamos igualmente capaces para hacerlo, la intención de mi artículo es poner en cuestión una posición ética y política desde la cual pensarse como intelectual, porque a veces se anteponen ciertas posiciones por sobre la tarea en sí y por sobre la aplicabilidad de esas ideas... Besos!

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  2. Creo que el intelectual social que inevitablemente se nutre de su gente y su tiempo, aún cuando él lo desconozca, puede elegir ser el vocero capaz de expresar con claridad aquellas ideas que germinan de manera desagregada y esperan ser habladas o dichas. Aunque el intelectual no siempre es aquel que lleva la etiqueta o el título de intelectual, ni siquiera es la ciencia la fuente exclusiva de definición de ideas claras dentro del diálogo social, el arte puede ser un generador equivalente incluso más importante, allí donde la ciencia se vuelve gris y repetidora de slogans aceptados por las autoridades académicas o de moda. Las ideas siempre son disruptivas, y la ciencia social es bastante reticente a lo incómodo, más bien prefiere definir lo que se entiende como "crítico" de antemano y con previsibilidad, antes que aceptar que la crítica no tiene caminos definidos sino que es abierta e incierta. Pensar es una habilidad que nos ha sido dada a todos, aunque algunos crean que no pueden hacerlo, y otros consideren que son los únicos que lo hacen. Foucault también expresaba algo parecido a los pragmatistas que mencionás, en un debate con Chomsky. Allí decía que la historia de la ciencia había opacado en su mirada a la capacidad productiva del saber como práctica colectiva, y realzado al saber entendido como descubrimientos de individuos dependientes de su creatividad, por ello Foucault pretendía reemplazar la historia de los descubrimientos del saber por las transformaciones de la comprensión, donde no interesa el inventor mágico sino las condiciones y los motivos por los que la comprensión se va modificando. Luego queda el tema del status, quienes se definen como intelectuales muchas veces buscan, conciente o inconcientemente, diferenciarse, destacarse, sentirse "más" que el resto, asegurarse el cuello blanco y el título de "doctor", o "licenciado", incluso en aquellos casos que dicen haber elegido sus profesiones por una sensibilidad especial hacia los más desprotegidos. En esos casos es cuando más hay que desconfiar, muchachos y muchachas. Por eso, nunca más vigente nuestro querido Homero Manzi, quien prefirió "hacer letras para los hombres en vez de ser hombre de letras", porque lo uno y lo otro a veces, parecen no ir de la mano. ¡¡Muy buena nota!! ¡¡Gracias!!

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    1. Hola Lina!
      Qué profundas tus reflexiones. Gracias por compartirlas...y que bueno que hayan sido disparadas por mi artículo. Un abrazo fuerte!

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