jueves, 24 de noviembre de 2011

Una mirada política sobre El Estudiante

  
Por Alejandra Rodríguez

El cine no está hecho sólo de imágenes, ya que como manifestación cultural contiene una enorme reproductividad de significados que involucran instituciones, productores, realizadores, críticos y espectadores. Las películas son representaciones que se inscriben en un contexto determinado, por lo tanto, la perspectiva estética y contextual permite establecer el correlato entre la película  y el presente. Este es el punto  que se intenta abordar en estas líneas.

El Estudiante,  es la ópera prima de Santiago Mitre,  un thriller político ambientado en la Universidad de Buenos Aires. El film recrea el mundo universitario y nos invita adentrarnos en él a través de la mirada de Roque, un joven que llega desde Ameghino, Prov. de Buenos Aires, para hacer una carrera universitaria e ingresa a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Motivado por el deseo amoroso hacia Paula (profesora y militante de Brecha)  participa de una reunión política,  en la que se debate acerca de la traición de un integrante de la agrupación. Roque, escucha en silencio, observa atentamente, hasta que propone como estrategia política “desenmascarar al traidor”. A partir de ese momento comienza el despliegue de su talento para las operaciones y la militancia. 
Con el paso del tiempo deja de estudiar, comienza a ganarse la vida haciendo encuestas  y ocupa su tiempo trabajando como “puntero” de Acevedo, profesor titular de una materia, jefe político de la agrupación y potencial Rector.

En un contexto sociocultural en el que la política se reinscribe en la experiencia social como una práctica colectiva y se reestrena con los rostros de las nuevas generaciones ¿Cómo situar El Estudiante? Un relato que reduce la política a la habilidad carismática de un joven con capacidad para la rosca,  con inquietudes poco definidas, alguien que puede manejar situaciones y voluntades colectivas. Mientras que en el presente la política implosiona como experiencia de todos,  en su dimensión antagonista, conflictiva pero fundamentalmente  como herramienta privilegiada de transformación, el universo recreado por el film es el de la operación y el miserabilismo político, aquel que sobredimensiona el talento individual para direccionar destinos colectivos.  No podríamos afirmar que esta dimensión de la política no exista,  pero no se puede tomar la película como una representación metonímica – la parte por el todo- de la política universitaria.  En este sentido cabe el siguiente interrogante ¿Cuál es el universo diegético evocado por el film? Nos preguntamos por ese universo interno creado por la historia, que está dentro de la narración y que los personajes experimentan. Si bien existen indicios que nos hacen situar la historia en el presente -los carteles con los rostros de  Mariano Ferreyra y de Néstor Kirchner que empapelan los pasillos de la universidad – la trama parecería referir más a la experiencia política de los 90, época en la que el relato moral funcionaba como contrapunto del neoliberalismo. Es en esta década que cierra lo que Acevedo les dice a los jóvenes de Brecha en una reunión política “el golpe moral es lo que más les interesa a ellos, la traición es la forma más común, de esta habrá miles”.

El Estudiante contiene en su lógica de producción y distribución un cuestionamiento respecto a la política estatal y a los criterios para el otorgamiento de créditos. Fue realizada sin subsidios del INCAA, de manera autogestiva, filmada en HD digital y producida en forma independiente con aportes de las productoras de Pablo Trapero y Mariano Llinás. Esto marca un posicionamiento explícitamente político. Pero, por otra parte, narra una historia que limita y empobrece la política, al presentarla como una práctica degradada, sosteniendo entre otras cosas la falsa antinomia “militar o estudiar”  ya que si militas, a la larga dejas de estudiar, ese el sentido común reforzado por la historia que se cuenta. El relato emerge proponiendo un nuevo paradigma en términos de la construcción del punto de vista, pero en la historia que plantea recrea los viejos y peores vicios de la práctica política universitaria.

El relato moral termina por absorber al relato político, en el final, la enunciación se sitúa allí.  Un final tranquilizador -una especie de happy end del cine clásico- una caricia para las almas bellas que piensan que la política se define en la decisión individual entre el bien y el mal.  El arco moral de la película presenta la disyuntiva entre la habilidad de un dirigente o su posición ideológica, así lo expresó el director en una entrevista televisiva. Ahora bien, ese dilema, ¿no es acaso un dilema puesto en agenda por la cultura neoliberal? que pregonó entre otras cuestiones,  el manejo de la cosa pública como tema personal y la realización individual por sobre los intereses colectivos. Porque si algo está ausente en el relato, es eso, un sujeto político colectivo empoderado. Las situaciones se dirimen en diálogos solitarios entre los que “manejan la cosa”.

La película de Santiago Mitre está realizada con virtuosismo formal, con una minuciosa mirada etnográfica del mundillo universitario y con buenas actuaciones. Se ubica dentro de la saga de películas del denominado nuevo cine argentino[1], aquel que tiene sus orígenes con Historias Breves I en el año 1995  y que fue realizado por una nueva generación de cineastas que a partir de los años 90 producen un corte y una renovación en el cine argentino. Este nuevo cine que surge en el auge de la plena vigencia del neoliberalismo, tiene entre sus principales características la multiplicidad de estéticas y la pluralidad de miradas.  En los 90, estos cineastas se inclinaban por contar relatos por fuera del “relato neoliberal” al que era más afín sin dudas el cine comercial. Por otra parte, este cine mantuvo con el cine argentino de los 80 una ruptura expresada fundamentalmente en el rechazo a contar historias ancladas en la demanda política e identitaria. 

Las películas se producen y recepcionan en un determinado contexto social, cultural y en un tiempo concreto. El nuevo cine argentino en la década del 90 tuvo que asumir los cambios de un mundo que ya no era el mismo, demostrando de este modo su apertura al presente. El tiempo hoy es otro y necesita ser reinventado, ese es el gran desafío para las nuevas generaciones. Reinventar es también construir relatos para nuestro tiempo.  Como dice un de los personajes del film: “Abrí lo ojos, la política cambió chabón”.  



[1] Vale la aclaración de que el primer nuevo cine argentino surgió en la década del 60, conocido también como la Generación del 60`

A propósito de Videocracy


Publicada en La Nave, revista de pensamiento político. Año 2 Nº 3. (Julio 2011)


Meno male che Silvio c’é! 
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El Realismo italiano

Por Alejandra Rodríguez


Al comienzo, imágenes en blanco y negro de un bar, se trata de un programa nocturno de preguntas de la televisión comercial italiana, en el cual los televidentes llaman y si aciertan las respuestas, una mujer con el rostro tapado  comienza a desnudarse. Las fábricas de la zona se quejaban porque los obreros llegaban  dormidos a trabajar al quedarse hasta altas horas de la noche frente al televisor. Este programa de la década del 70, era el comienzo de la televisión berlusconiana y el inicio de la revolución cultural en Italia. 

Videocracy, el documental del italiano Erik Gandini  analiza la acumulación de poder que ha experimentado la televisión en Italia durante los últimos tres decenios y de cómo influye intensamente en los comportamientos de la población. Gandini se centra en el imperio mediático de Silvio Berlusconi y en los estrechos vínculos entre intereses políticos y televisivos. 

Con variadas imágenes de archivo, construido con una estética fragmentaria, televisiva,  el director toma como eje de la narración al primer ministro italiano, pero también nos cuenta la vida de otros personajes que dan una pincelada amplia sobre la conformación del imaginario cultural italiano. La historia de Ricky, “aspirante a estrella”, un karateka veinteañero cuyos ídolos son Van Damme y Ricky Martín - de quien se sabe todas las canciones - y sueña con ser una estrella de la televisión para lo cual destina gran parte de su vida a hacer castings mostrando su show que combina ambos personajes. La paleta la completan: el paparazzi Fabrizio Corona, un fotógrafo que chantajea gente famosa y que a través de su particular profesión puede provocar el derrumbe o el triunfo de cualquiera; el relacionista público y amigo de Berlusconi Lele Mora -fanático de Musolini  que tiene en su iPod el himno fascista “Camicia negra” – un bonachón cuya figura se recorta en el blanco estridente de las paredes y objetos de su lujosa mansión de la costa sarda; por último, Fabio Briatore, el director de la versión italiana de Gran Hermano que define uno de los aspectos más sobresalientes de la televisión italiana “mujeres prósperas, saludables, semidesnudas, de senos grandes, luces, colores” . A través del recorrido por estas cuatro historias de personajes masculinos, se muestra la trama cultural de una sociedad en la cual las mujeres - que ocupan el centro del relato - se desnudan, cantan, bailan y acompañan a los hombres. En el documental se cuenta, que en Italia el 80 % de las mujeres  sueña con ser una Veline  (gatita) de la televisión, tener dinero y casarse con un futbolista millonario.
Al final, el dato que aporta el documental, es escalofriante, también el 80 % de los italianos creen que la realidad es lo que muestra la televisión y  que la libertada de prensa en Italia es inexistente.

A finales de agosto de 2009 la cadena pública RAI y Mediaset, controladas por Berlusconi, han declinado retransmitir el tráiler de Videocracy.
El film, nos abre la reflexión acerca de la tendencia mundial a que candidatos empresarios mediáticos poderosos  sean propuestos y elegidos en elecciones democráticas. Por un lado, es sabido que los discursos audiovisuales son los discursos imperantes de nuestra época actual y que a través de la naturalización de sus representaciones construyen identidades operando sobre el imaginario colectivo y sobre las subjetividades. Las sociedades han sido moldeadas más por la naturaleza de los medios con los que se comunican sus integrantes que el contenido mismo de la comunicación. Como diría el teórico Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”. En la Italia actual la realidad se construye en la televisión. A quienes han crecido con esa televisión se les ha implantado una experiencia de vida.  

Por otro loado la cultura política globalizada ha construido una nueva asimilación del discurso de derecha, haciendo presente en cada momento de la vida social, de la comunicación y la  opinión pública los procesos de globalización.  En la actualidad, la puesta en escena de la política ha adquirido una relevancia inédita. Las formas modernas de comunicación política no promueven el contacto físico con el candidato- práctica sostenida por las formas tradicionales - sino que por el contrario, apuestan al contacto virtual y mediático entre candidatos y electorado. “Desde hace más de dos décadas, la cantidad de personas que buscan respuestas a sus interrogantes políticos en la televisión ha crecido en la misma proporción que ha disminuido el número de aquellos que las buscan en los comités partidarios”[1]

El documental nos muestra la simbiosis entre poder político y televisión. En Italia el presidente de la televisión es el presidente del país: “la vida puede ser maravillosa como en mis canales de televisión” dice el primer ministro sobre imágenes de chicas semidesnudas, avivadores de aplausos y conductores riéndose. Fabio Bricatore, explica que cuando el ministro va a hablar en cadena hay que terminar los programas antes de horario, cuestión de no dar tiempo a que los televidentes hagan zapping. Por otra parte, un spot de campaña de Berlusconi nos muestra a decenas de bellas mujeres – profesionales, amas de casa, mujeres modernas – que cantan su lealtad al hombre providencial, reiterando en cada estrofa “meno male che Silvio c’é” (suerte que Silvio está). Podríamos trazar una versión argentina sobre el poder de los monopolios mediáticos – políticos y recordar el triunfo de Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires. Sucedió en el 2008, con el “alica – alicate”  como muletilla de fondo cada noche en el programa televisivo ShowMatch. Cualquier parecido con Videocracy ¿será producto de la casualidad?

El advenimiento del empresario en los asuntos públicos, desde la caída del muro de Berlín, es una variable que poco se tiene en cuenta a la hora de pensar el vacío ideológico de las ciudadanías contemporáneas. En un momento de retorno de  la política en America Latina, pensar la televisión sólo como una mera mercancía es desconocer la importancia vital que tienen en la configuración de las mentalidades y en la producción de subjetividad.






[1] G.M, Pandiani,  Marketing Politico, Ugerman  Editor, 1999, Bs.As.




Miradas al Sur - Generaciones Políticas

Año 4. Edición número 170. Domingo 21 de agosto de 2011


Por Exequiel Siddig


 
Referentes intelectuales de treinta y pico proponen un espacio para pensar la política argentina por fuera de la militancia verticalista, con eje en la recuperación del Estado y pensando el kirchnerismo después de Cristina.

En los ’90, después de que la perestroika derribara el Muro que iba “de Stettin en el Báltico, a Trieste en el Adriático”; después de que la CNN proyectara la primera guerra estilo videogame en Irak; con el primer film de Ben Stiller, Reality Bites, Winona Ryder se convirtió en icono de una generación perdida. Así como en los ’80 la economía en América latina se había “perdido”, en la década posterior la eterna y vieja juventud preglobalizada había entrado en un laberinto y se había convertido poco menos que en un zombi colectivo. Winona, efigie curda y nihilista, entraba y salía de la comisaría del condado como un penitente.
Aquel era uno de los relatos hegemónicos que cundieron para los nacidos durante los ’70, quizás los años más hoscos de la Guerra Fría. Al menos para el Cono Sur. Se decía, pues: los jóvenes” (de los ’90) son “apáticos”. No hay nada que los levante, salvo el porno o los excesos sin causa con las drugs y el rocanrrol. En Argentina, el desprecio generacional hizo síntoma en un conjunto de acontecimientos económicos e ideológicos, tanto mundiales como locales. Por un lado, la rauda destrucción de la educación pública, pergeñada por el Consenso de Washington; la precarización laboral, expresada en las pasantías no rentadas (para los universitarios) y en el negreo (para los jóvenes del bajo fondo).
Por el otro lado, a falta de un cuentito trascendental y aglutinador (“el fin de los grandes relatos”), o por la carencia de “maestros” que se hicieran cargo de la posta, aquella juventud habría padecido un retraso en la madurez política, más allá de su atrincheramiento módico y titilante en la resistencia universitaria o en la loable militancia caritativa en pos de sostener una malla social que venía en descomposición.
Con el kirchnerismo, y definitivamente luego de la muerte de Néstor Kirchner, esa generación se desflora hoy en la arena pública asumiendo una militancia que –a grandes rasgos– abreva en un gestus propio de los ’70, pero con un contenido ideológico que repica en la caída y rebote del 2001. En el debate sobre esa generación, con los militantes de La Cámpora vueltos a la gestión pública y como pilares de la presunta reelección de Cristina, se impone la pregunta sobre si a esa muchachada le da el piné para convertirse en una Generación Política. Sobre si podrá desmarcarse del “estrago paterno” y conjurar un sentido de la política más aproximada a sus biografías y a sus obsesiones. En definitiva, si de cara al futuro, podrá usar a la actual Presidenta para crear una cultura política más parecida al siglo XXI.
El debate que sigue está inspirado en la producción textual del colectivo Pensamiento Militante (pensamientomilitante.blogspot.com), y una mesa redonda organizada el 4 de agosto pasado por el think tank nac&pop Generación Política Sur (GPS, www.generacionpoliticasur.org). Todos los consultados nacieron en los años ’70.
Desbordar lo político. El plato fuerte radica en la sombra que ejerce el retorno de la Generación de los ’70 con la fuerte impronta que el primer gobierno de Néstor Kirchner concedió a los derechos humanos. “Se puede retomar una memoria, pero no creo que pueda hacerse un puente de conexión política entre el 2001 y los ’70”, tercia Nicolás Freibrun, politólogo y coordinador del área de Identidades y Procesos Políticos de GPS. “Lo que esta generación tiene poco problematizado es un debate político conceptual de aquellos elementos que hoy con el kirchnerismo son fundamentales. Por ejemplo, ‘recuperar el Estado’. ¿Qué es afectar la maquinaria estatal para que la sociedad sea mejor? ¿Qué significa trabajar para el Estado? Articular una voz generacional es generar una agenda de problemas: tanto temas como prioridades. Y es importante fijar una agenda que traspase el tiempo del kirchnerismo: la riqueza, la hegemonía, los periodistas y los intelectuales.”
Amílcar Salas Oroño es doctor en Ciencias Sociales y especialista en América latina. Durante los ’90, se fogueó en la agrupación universitaria El Mate. Al contrario de Freibrun, Salas Oroño teje otra continuidad histórica. “Pondría a una Generación en términos de una cultura militante. Es muy claro en el pasaje que hay con los hijos del peronismo en los ’60 y ’70, una generación intensamente política. Había un campo cultural posibilitado, por un lado, por ciertos libros claves y maestros referentes, y por el otro por cierto vínculo con lo laboral-sindical. Los hijos de la Generación de los ’70 aparecen en el 2001. Y el problema de entonces eran las ideas: los hijos de los ’70 tenían una visión antipoder. Había mucha energía militante, pero en un contexto que no potenciaba su expresión política: había que hacer asistencia social, patear mucho, adaptarse al contexto maltrecho. Era una militancia ‘reparadora’. La forma como se constituye esta generación es a partir de la contención, sin un pasaje articulado hacia la política.”
En cambio, hoy el poder ha dejado de ser un tema tabú para esta generación. “Hoy, hay una idea positiva del poder, no tan resistente ni tan foucaultiana”, completa Freibrun. “Los del kirchnerismo no son los hijos de nadie”, dice Salas Oroño. “No hay una experiencia compartida entre Boudou y un pibe de 16 años y el Canca Gullo. Ahora, todos quieren encontrar algo nuevo, ahí. Y lo interesante es que esa idea se instala: los jóvenes entonces ‘participan de la política’, tienen que gestionar en el Estado, tienen que estar ‘incluidos en un proyecto’.”
Para Martín Rodríguez, “la gran dificultad de la Generación del kirchnerismo es introducir novedades: pensar los faltantes más allá de la gestión”. Rodríguez es un militante del kirchnerismo de la primera hora; escribe en el suplemento Ni a palos. “La canonización de los ’70 es un problema. En los ’90, empezaba a haber una vinculación más crítica con los ’70 que se cortó en la última década. Incluso la apertura de los Juicios permite una profundización de la verdad histórica que no divida entre buenos y malos, sin sentir que le hacés el juego a una impunidad. El kirchnerismo en ese sentido introduce el lenguaje de los ’70, pero por suerte en un contexto que necesariamente no puede incluir la destrucción del Otro. Y ese también es un problema discursivo para el kirchnerismo.”
“En el corazón de la juventud kirchnerista confluye una suerte de experiencia común que estuvo activa durante los ’90, previa a Néstor –sigue Rodríguez–. Y en ese sentido, son los que de algún modo mejor interpretan una parte del sentido histórico del kirchnerismo. Esa especie de herencia que se juega entre los ’70 y hoy. Paradójicamente, mientras el kirchnerismo es una experiencia en el corazón del aparato peronista, construye una herencia simbólica con la militancia de las agrupaciones más autónomas de los ’90: la de la UBA, Hijos y algunas experiencias sindicales de la CGT y la CTA.”
“Hay algo del maniqueísmo de la política contemporánea que a esta generación incomoda, aunque acompañe haciendo el aguante, estructurando una militancia muy al son peronista, de arriba hacia abajo, sin cortapisas. En los ’90 hubo militantes contra el menemismo que participaron de ajustes en el sistema educativo en la universidad, en luchas por la flexibilización laboral”, comenta Nicolás Tereschuk, coeditor de la mentada página web artepolitica.com, flamante padre de mellizos y hasta hace poco con una participación activa en el sabbatellismo… “El vínculo con la política del sector de la militancia juvenil kirchnerista se referencia cabalmente en Cristina. En los ’70 era diferente, porque las posturas sobre Perón eran más ambiguas. Hoy no se quiere conducir o reemplazar a Cristina. Esta juventud tiene un vínculo menos rebelde con la política; se le suelen criticar los trajes y las Blackberry. A mí, en cambio, no me parece mal. Los treinta años de democracia existieron, no se pueden pasar por alto. Tienen una valoración de la vida en todos sus detalles: ninguno de nosotros va a dar la vida por la militancia”, dice Tereschuk.
Para Alejandra Rodríguez, “somos una generación cuya vida política amaneció por fuera de las trincheras, lo que de algún modo colisiona con las maneras de entender lo político con la generación que nos precede.” Alejandra es una de las fundadoras de Pensamiento Militante, un colectivo que se propone deconstruir la cultura política argentina, proponer otras performances, otros lenguajes. “Crecimos en una sociedad despolitizada por el miedo heredado de la dictadura. Ahora, somos una generación que no lleva el lastre de esa tragedia ni en la piel ni en la almohada, pero que padeció la muerte de sus contemporáneos por otras vías. ¿Cuántos desaparecidos de la vida hubo después entre los adictos al paco, los que no pudieron imaginar otra cosa que ‘salir de caño’ para delinquir, los desnutridos? La represión continuó por vía de las políticas neoliberales implementadas por el menemismo-cavallismo-delarruismo. Quiero decir que en nuestra biografía generacional hay padecimientos: fuimos mantenidos a raya, y por fuera de la cosa pública. El kirchnerismo tardío fue nuestro despertar definitivo. Entonces nos debemos crear un ámbito donde el pensamiento político acompañe la praxis de la política real.”
Gabriela Rodríguez plantea un reparo sobre su tocaya (y a esta altura esta nota podría llamarse “Sin documentos”). La tercera Rodríguez de este seleccionado es doctora en Filosofía por la Universidad París 8 y docente de la UBA, donde se recibió de politóloga. “Es difícil pensar en ‘matar al Padre’ cuando hay muchos que están tratando de reconstituirlo o recuperarlo, porque nunca lo tuvieron. Tal vez, lo que sí se puede hacer es revisitar los mitos políticos y desarmarlos. Es verdad que la política requiere de mitos para la creación de sentidos. Y ésa es una responsabilidad nuestra.”
Especialista en la Generación del 37, Gabriela plantea una preocupación de localización de la política. “Corremos el riesgo de convertirnos en los liberales doctrinarios franceses de 1830. Aquellos eran los hijos de la Revolución Francesa, nacieron alrededor de 1790, o sea que fueron a la escuela de la Revolución y vivieron el período napoleónico cuando eran adolescentes. Cuando viene la Restauración Monárquica, se hacen liberales. Lo que me parecía interesante del planteo de Pierre Rosanvallon en el texto que trata este tema (‘El momento Guizot’) es que dice que uno en general detiene la mirada en las generaciones revolucionarias, rupturistas, cuando es a todo o nada. Los liberales doctrinarios fueron ignorados por la historiografía porque tuvieron dos defectos: haber sido los primeros en querer clausurar la Revolución y el haber reconocido que la sociedad era democrática desde un punto de vista social, pero que el gobierno a veces exigía limitar ese afán democrático. Finalmente, terminaron absorbidos por ‘la gestión’: no había más política que la que pasaba por el gobierno. Bueno, eso podría terminar pasándonos a nosotros.”

Cambio cultural, desafío de la política y las nuevas generaciones


Publicado en Perspectiva, Mundo Político, Mundo Intelectual. Generación Política Sur (GPS). Agosto 2011 

Por Alejandra Rodríguez

El debate sobre la relación entre cultura y política, es un debate contemporáneo,  instalado con mayor pregnancia en la agenda política en esto últimos tiempos. Lejos de que la cultura termine siendo una “jaula de hierro” con la cual pretendamos explicarnos los vaivenes políticos y sociales, estamos frente a la posibilidad de plantearnos algunas reflexiones para afrontar los desafíos de nuestro tiempo: ¿Puede dinamizarse un cambio cultural desde la política? ¿El cambio político es necesariamente un cambio cultural? ¿Cómo se articulan estas ideas en la experiencia social?  Cuando decimos cambio cultural, no hablamos de los festejos del Bicentenario, de Tecnópolis o Fuerza Bruta, sino de cómo se sale de esas prácticas sociales arraigadas en lo más hondo del individualismo, de la insolidaridad, cómo se reinventa una conciencia nacional y popular contemporánea. Debido a ello, es necesarios trabajar en una política cultural singular, en la “fabricación de lo sensible”  según Rancière, para quien el trabajo político es una tarea estética, porque distribuye lugares, espacios y cuerpos. En tiempos en que la política se entremezcló en nuestra interioridad, el kirchnerismo como proyecto, todavía reclama ser colmado. Es preciso ampliar los márgenes de escucha, hacer una escucha atentísima de aquello que parece y se presenta como novedoso, como una posibilidad de verdad.

La política hoy se reembarca con rasgos de amplitud generacional. Es tiempo de construir lo nuevo,  que se construye con la tradición, como relación dialógica entre el pasado y el presente, no como algo imperturbable. El desafío es pensarnos como una generación que mira a la generación anterior y entiende que la tradición no limita la posibilidad de reinventar.  El juego que se demanda para abonar el cambio cultural de la política debe ser colmado con permanentes apuestas a una construcción desafiante, de conjunto, que remita  a la política como vida pública y colectiva. Que se permita la experiencia de otras formas, lógicas y modos de construir vínculos y poder. Un juego en el que no se trate solo de medir fuerzas sino también de debatir ideas, argumentos, ya que en el entre, allí y sólo allí -  dónde los sujetos se reúnen con el propósito de realizar algo en común -, aparece el poder. El poder es siempre una relación social, el poder circula y se expresa en la experiencia cotidiana y ciudadana. La política es el lugar de lo público, es palabra, es con otros.
El intelectual Antonio Gramsci, nos induce a mirar el saber práctico, la construcción de un saber nacional y popular. Para él, las transformaciones políticas profundas son las culturales, las del conjunto de valores, costumbres y prácticas que constituyen un pueblo, una comunidad.

El horizonte del presente  nos convoca a pensar en la cultura como modos de vida, experiencia social, movilización activa, la cultura como política encarnada, lenguaje propio, pensamiento militante, lectura de época emancipada. Claro que la construcción de fuerza política es necesaria, pero también se la debe acompañar generando generando condiciones para las posibilidades de reinvención de nuevos planteos estéticos y comunicativos. Hay un debate, un planteo en el mundo de las ideas que es necesario hacer, un momento político oportuno: es así,  un desafío para las nuevas generaciones políticas. Así lo planteaba el maestro Nicolás Casullo “No hay proyecto sin generaciones pensantes, polemizadoras, creadoras de ideas, fecundadoras de teorías y memorias. Ahora es el momento”

Subjetividades en un mundo fragmentado: Buena Vida (delivery)

Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación
 
Cine y Formación Docente 2007
Jueves 23 de agosto, Viedma, Rio Negro
Cine y Formación Docente 2006
Viernes 11 de agosto en Macachín, La Pampa.
Cine y Formación Docente 2005
4 de noviembre en Río Gallegos, Santa Cruz y 28 de noviembre en la Ciudad de Mendoza.


Por Alejandra Rodríguez y Paloma Herrera
 
Los discursos audiovisuales y la
construcción de subjetividad
Los discursos audiovisuales son los discursos
imperantes de nuestra época actual. A través
de la naturalización de sus representaciones
construyen identidades operando sobre el
imaginario colectivo y sobre las subjetividades
de los públicos.
Pensemos en la televisión: hoy la realidad en
gran medida se construye en la televisión. Son
numerosas las personas que creen que la
realidad es lo que dice el noticiero de las siete
de la tarde. El discurso de los medios es muy
pregnante, heterogéneo e inconsistente. En la
televisión todos los hechos tienen el mismo
valor, todo se nos aparece con el mismo peso:
desde la publicidad de la última licuadora que
salió al mercado hasta la noticia de un
atentado o el casamiento de una figura del
espectáculo. Una noticia terrible y, luego del
corte, estamos en otra cosa. Esa noticia se
olvidó totalmente. Los temas son tan
heterogéneos que no nos permiten evaluar el
peso, la importancia que tienen los hechos.
Las imágenes televisivas ya no son “imagen
del otro” sino imágenes entre otras en el
mercado de las imágenes (...)1. Esto tiene que
ver con la falta de consistencia: en la
conciencia colectiva las cosas deberían tener
un peso y tienden a no tenerlo. Y estas ideas
de heterogeneidad e inconsistencia construyen
nuestra subjetividad, en tanto marco de
comprensión, modo de percibir y habitar el
mundo.
Actualmente la publicidad ocupa un lugar
privilegiado entre los discursos sociales. Los
programas de televisión son una excusa para
que el mercado pueda ofrecernos sus
productos. Como afirma John Berger, la
publicidad es la cultura de la sociedad de
consumo. Divulga imágenes de lo que la
sociedad cree de sí misma. El abismo entre lo
que la publicidad ofrece realmente y el futuro
que promete corresponde al abismo existente
entre lo que el espectador – comprador cree
ser y lo que le gustaría ser. Nunca miramos
solo una cosa, siempre miramos la relación
entre las cosas y nosotros mismos. Toda
imagen encarna un modo de ver, nuestra
percepción o apreciación de una imagen
depende también de nuestro propio modo de
ver2.
Las películas, como bienes simbólicos, se
enmarcan en una dimensión cultural y social,
se producen y recepcionan en un momento
determinado; se actualizan y cobran sentido
cada vez que un espectador “se hace la
película”. El receptor es el verdadero dueño de
la obra, es él quien permite que esta exista.
En relación con el cine resulta interesante
pensar que algunas películas, en tanto
producciones artísticas, reflejan en su
contenido, en lo que denominaríamos según
Noel Bürch el nivel de la historia, reflejos y
refracciones de otras esferas ideológicas, es
decir, el cine refleja en su contenido la
totalidad de un mundo del cual él es una
parte. Muchas son las películas que intentan
cierto grado de fidelidad en relación con la
realidad, pero también hay otras que no sólo
pretenden reflejarla sino que además la
refractan, devolviéndole al mundo su opacidad.
Se trata de aquellas películas comúnmente
denominadas comerciales, que se caracterizan
fundamentalmente por reflejar la realidad
operando a través de la identificación del
espectador. Mientras que las películas que no
están concebidas bajo la lógica capitalista son
más interesantes, en tanto multiplican las
perspectivas, al abrir nuevos universos de
sentido. Esto no quiere decir que estas se
puedan pensar por fuera del mercado, dado
que se inscriben en una historia que es la del
sistema capitalista, en el cual todo se
transforma finalmente en mercancía.
Somos parte de una cultura esencialmente
audiovisual, tales discursos funcionan como
instrumentos para la construcción de
hegemonía. El sistema político dominante
instaura el concepto de verdad de época que
determina la producción de sentido en los
medios masivos de comunicación y en gran
parte de la producción cinematográfica
mundial. Por lo tanto, resulta sumamente
importante desnaturalizar nuestro lugar de
espectadores, deconstruir aquello que se nos
presenta tan evidente y natural a través de los
discursos audiovisuales. Estos se muestran
ingenuos pero nunca lo son, siempre tienen
otros sentidos que pretenden esconder. De
modo tal que es necesario agudizar la mirada
frente a ellos e intentar dilucidar cuál es la
estrategia discursiva que está en juego, cuál
es la matriz enunciativa – modo en que se
estructura y organiza el relato - que los
atraviesa.
Según Antonio Gramsci3, la hegemonía
consiste en la imposición consensuada de la
visión del mundo propia de un sector de la
sociedad. Al construir esta aceptación,
produce bloques históricos, es decir, cortes
transversales en la estructura social que
agrupan a sectores pertenecientes a diferentes
clases sociales. De esta forma, establece
valores, modelos y subjetividades dominantes.
La ideología no es un problema de ideas sino
un conjunto complejo de prácticas objetivas
que tienden a reproducir el sistema económico
en el cual vivimos. La ideología subyace en la
opción por las historias y el modo de narrarlas.
A través de la elección de formas, colores y
estilos se expresa el pensamiento hegemónico
de la época. Las historias no se cuentan solas,
ni se cuentan siempre del mismo modo, ya
que es el modo en el que se cuentan donde
radica su sentido más político.
“... cuando uno intenta cambiar el contenido de
un mensaje político sin cambiar la retórica,
finalmente el mensaje político no cambia de
tal modo (...) porque cambiar el mensaje
político en su forma supone un cambio más
profundo del emisor que un cambio del
contenido del mensaje político”4.
Nuestro trabajo consistirá en deconstruir y
construir un discurso posible a partir de la
película. Una de las características del cine,
como objeto propulsor, es su productividad, la
capacidad que tiene una película para producir
otros discursos que, si bien emergen de la
película, tienen su entidad y su particularidad.
Fragilidad, encierro y precarización en la
representación
Actualmente vivimos en una época líquida y
fluida5. Aquellas representaciones e
instituciones sociales duraderas y sólidas,
propias de la modernidad clásica, han sufrido
un proceso de licuefacción. La característica
de este tiempo es la volatilidad: lo sólido se
desvanece y se vuelve fluido. La vulnerabilidad
es el resultado de la imposibilidad de los
líquidos para mantener su forma. Esto es lo
que diferencia a nuestra sociedad actual de su
antecesora, que ofertaba un futuro a largo
plazo bajo el precepto positivista de “orden y
progreso”.
La fragilidad que configura los diferentes
mundos sociales y los vínculos humanos en la
actualidad tiene su correlato en la historia que
cuenta la película. Se trata de un relato denso
de ver. A través de la mostración de la
fragilidad vincular y social se genera la
sensación de encierro y opresión. La matriz
enunciativa que estructura la película podemos
identificarla en tres variables:
-La construcción de los
ambientes
-Los personajes y sus
relaciones vinculares
-La composición de los planos
La construcción de los ambientes
El título de la película, Buena vida (delivery),
sintetiza las paradojas y las complejidades que
se relatan en la historia. Encierra un
contrasentido y nos propone una interesante
clave de lectura.
Nuestra época actual está caracterizada por
los avances tecnológicos. Vivimos en un
mundo en el que parecería que podríamos
tenerlo todo en nuestra casa sin tener la
necesidad de movilizarnos, utilizando el
teléfono y la computadora resolveríamos
muchas de nuestras necesidades: ejemplo de
ello son los innumerables servicios a domicilio
de casas de comida, lavanderías, farmacias,
los servicios de mensajería que nos ofrecen
pagarnos los impuestos, hacernos las
compras, entre otras cosas. Por otro lado, la
contracara de estos fenómenos son las
innumerables situaciones de precariedad y
exclusión que atraviesan las esferas de la vida
política, económica, social y cultural de las
mayorías demográficas. Estas situaciones de
inclusión parcial en alguna de las esferas
conllevan la acumulación de vulnerabilidades y
riesgos, siendo el reverso de los procesos de
globalización del mercado y mundialización de
la cultura.
El tratamiento de los espacios, el modo en el
que han sido pensados los ambientes de la
película, da cuenta de la vulnerabilidad y
fragilidad social. El Good Life y la casa de
Hernán son lugares que podemos leer como
representaciones metonímicas6 de un mundo
contrastante y paradójico.
Good Life, la mensajería-remisería-kiosco en
la que trabaja Hernán, nos remite a una
primera idea de aglutinación. Good Life
sintetiza las características contrastantes de la
época actual. Presenta un contrapunto entre
las ideas de comodidad, calidad de vida,
prosperidad, solvencia, solidez, seguridad y la
decadencia, la precariedad laboral y la
inactividad que caracterizan este lugar en el
relato. Un lugar carente de solidez, en el cual
no pasa nada. Un lugar que se disuelve
vertiginosamente hasta desaparecer. Un
kiosco al que no entra ningún cliente, una
remisería que no recibe pedidos de viajes, una
mensajería que tiene a sus empleados
sentados sin hablar dejando que el tiempo
pase.
La casa de Hernán es el lugar del encierro
inevitable En ella todos los personajes están
sumergidos, enfrentados, encerrados y la
opresión aumenta a mediada que transcurre la
historia.
Podríamos hacer un paralelismo con nosotros,
habitantes de un mundo que impone sus
límites y sus reglas de juego, que nos enfrenta
y que en muchas ocasiones nos deja a la
deriva. La casa como representación
metonímica de una sociedad en la que todos
luchan por subsistir, en la que cada uno busca
salvarse y sobrevivir, pero en la cual muy
pocos tienen la posibilidad de hacerlo. Los
ambientes están recargados de objetos, hay
poco espacio para la movilidad de los
personajes. A medida que transcurre la
historia, estos se vuelven cada vez más
oscuros, las situaciones que se relatan
transcurren en horas nocturnas. El clima
agobiante también es generado por la
saturación de algunos colores y por el
tratamiento contrastante de otros.
La habitación que ocupa Pato contiene fotos,
cuadros, espejos, muebles, un cubrecama de
colores que contrasta con el empapelado de
las paredes oscuro con flores blancas. Cuando
se aloja la familia de Pato, a la gran cantidad
de cosas se suma la subdivisión por telas de la
habitación, fragmentando el espacio. El baño
de la casa en el que Pato y Hernán suelen
encontrarse es muy pequeño, con muchos
espejos y ropa colgada en sus paredes,
contribuyendo al encierro de los personajes.
El reflejo de Hernán en el espejo también
funciona como un encierro dentro del encierro:
su imagen se recorta fragmentándolo, cual
cápsula que lo contiene.
Son numerosos los recorridos de Hernán con
su moto por las calles. En esa suerte de
itinerario la enunciación nos invita a ver el
contexto social, la cámara no acompaña al
protagonista en su trayecto sino que se
detiene mostrando diferentes paisajes del
conurbano bonaerense: autos desvencijados,
carros de cartoneros, barrios de casas
humildes, edificios encerrados en rejas,
puestos de ventas ambulantes, indicando de

este modo la decadencia y la pauperización
social en la que se enmarca la historia.
Los personajes y sus vínculos
Vivimos en una época caracterizada por la
labilidad de los vínculos, por los encuentros y
desencuentros rápidos y frágiles. La idea del
amor para siempre o de las grandes historias
de amor parece haber quedado en el pasado.
Hoy la fragilidad es la regla. Puedo eliminar al
otro de mi vida cuando yo quiera, porque
también el otro puede hacerlo conmigo.
Pensar en construir un amor fuerte, duradero,
es algo que parece imposible y lejano. Ante
esto, el escepticismo, la soledad, el encuentro
eventual o el encuentro virtual parecerían ser
las opciones. Todo puede acabar en el
instante mismo en el que empieza. Todo
puede volver a comenzar en el mismo instante
en el que termina. Vivimos sumergidos en una
inestabilidad permanente en la que todo se
diluye.
Los personajes de Buena Vida (delivery) están
construidos a modo de islas, de fragmentos.
Cada uno de ellos se disuelve en la búsqueda
despiadada por sobrevivir. Sus objetivos se
postergan constantemente. La inmediatez y la
urgencia se imponen. La fragilidad de los lazos
afectivos y vinculares son el correlato de la
fragilidad y de la precarización social en la cual
se generan. Ellos mismos son sujetos
vulnerables y volátiles. Son víctimas de un
contexto que los trasciende y los arroja a la
deriva. Ya sea en el amor como en otros
ámbitos, la felicidad existe bajo la forma de
momentos, encuentros breves, más que como
una consecuencia de la consistencia, la
cohesión, la lealtad y el esfuerzo a largo plazo.
La felicidad tal vez sea el almuerzo en la
parrilla al comienzo de la película, la primera
noche de los protagonistas en la casa de
Hernán, la sonrisa de Pato cuando José le
pregunta por su hija.
Bauman7 profundiza acerca de la fragilidad y la
liquidez de las relaciones humanas,
evidenciando la complejidad de establecer
vínculos fuertes y duraderos en un mundo en
el que la solidez ha dejado de ser un valor.
“El compromiso con otra persona u otras
personas, particularmente un compromiso
incondicional, y más aún un compromiso del
tipo “hasta que la muerte nos separe”, en las
buenas y en las malas, en la riqueza y en la
pobreza, se parece cada vez más a una
trampa que debe evitarse a cualquier precio”8
Los vínculos que entablan los personajes
están sostenidos de acuerdo al costo
pragmático del impacto que genera el
encuentro con el otro. Pato y Hernán
establecen muy rápidamente un vínculo
afectivo que parecería ser intenso y fuerte.
Pero este dura tanto como la conveniente
estadía de ella en su casa. Más tarde, la casa
de José se vuelve una mejor opción y
entonces el cambio es totalmente válido.
Los lazos vinculares entre los personajes son
lábiles y están supeditados a la necesidad de
subsistencia. Pensemos en el vínculo
parasitario que establece la familia de Pato con
ella. La necesidad de vivienda y trabajo están
por sobre el cuidado y el respeto del otro. La
necesidad de trabajo y la competitividad están
por sobre el compañerismo, ejemplo de ello:
la relación entre los vendedores de churros y la
de Hernán con Beto.
Frente a un entorno que cambia todo el tiempo
los personajes permanecen inmóviles,
diciendo siempre lo mismo, o no diciendo
nada. Sus rostros y las posiciones de sus
cuerpos laxos recostados sobre sillas o
apoyados unos a otros como sosteniéndose,
denotan el peso de sus historias de vida,
apresados entre sus prendas de vestir a modo
de capas de cebolla. Hernán y sus
compañeros de trabajo pasan gran parte del
tiempo esperando. Son parte de un espacio
que los condiciona y los expulsa. Los
empleados de Good Life, e incluso el propio
dueño, hacen lo que pueden para subsistir,
siendo esto una tarea imposible. Sebastián
acomoda sus caracoles, apostando en ellos un
futuro de prosperidad económica, Beto (el
primero en ser desempleado) hace cola en el
consulado de Italia con la esperanza de un
pasaporte que no llega, mientras que Hernán,
seducido por el amor, se embarca en una
suerte de pesadilla. Todos están sumergidos
en una inestabilidad permanente, solo la
incertidumbre los contiene.
Viven en una suerte de liviandad, sin saber
muy bien a dónde van, qué quieren para sus
vidas. Se mueven sin dirección fija, cualquier
destino es provisorio. Pato no puede sostener
el vínculo con su hija ni afectiva ni
económicamente. Hacerse cargo de su
maternidad implica anclarse en un punto fijo,
detenerse en un lugar y asumir un rol. Por el
contrario, ella busca continuamente el lugar
más conveniente para vivir, congelada en un
presente que no habilita ningún futuro. La
narración no devela ningún sueño o proyecto
más que el de subsistencia.
La composición interna de los planos
La composición interna de los planos refuerza
la sensación de encierro y sin salida de los
personajes, como así también la invasión
progresiva que sufre Hernán en su casa.
La gran mayoría de los planos interiores de la
casa de Hernán y de Good Life son planos
generales que involucran la vinculación de los
personajes con el espacio y con los objetos.
Los planos exteriores también son planos
generales con poco aire y cerrados, en los que
pocas veces es posible ver el cielo y el
horizonte, indicando así un estado de la
realidad en la que viven los personajes: la
imposibilidad de estos para crecer, para elegir,
la falta de futuro. Generalmente los planos lo
ocupan puentes, edificios, automóviles,
colectivos, techos que rodean a los personajes
de la historia. El tratamiento de ambos tipos de
planos remarca el sentido latente que
atraviesa toda la historia.
El trabajo y la producción de subjetividad
Asistimos al "…advenimiento del trabajo regido
por contratos breves, renovables o
directamente sin contratos, cargos que no
ofrecen ninguna seguridad por sí mismos sino
que se rigen por la cláusula de "hasta nuevo
aviso". La vida laboral está plagada de
incertidumbre."9
La informalización del trabajo, la baja
productividad, el subempleo y el creciente
desempleo son emergentes del proceso de
flexibilización y precarización laboral,
afectando a diferentes estratos de nuestra
sociedad.
Quienes no han tenido las oportunidades y
condiciones de posibilidad para la acumulación
de cierto capital simbólico, cultural y social
conforman los grupos más vulnerables. Los
jóvenes no calificados son uno de los
principales afectados por este proceso de
marginalización; entre ellos, nuestros alumnos
alojados en instituciones de encierro. Sin
embargo, el protagonista de Buena vida
(delivery), con condiciones iniciales mucho
más favorables, ha sufrido las consecuencias
de este proceso y se ha constituido en "... casi
un indigente", como sentencia el abogado a
quien consulta.
La crisis del empleo como institución pivote de
la modernidad se ha extendido de tal manera
que ha alcanzado a sectores de la sociedad
que parecían al resguardo. En este contexto
se ponen en cuestión los preceptos modernos
de igualdad de oportunidades y movilidad
social ascendente, que pueden incluso
invertirse como en el caso del protagonista.
Hernán, con su trabajo de repartidor y su
carrera universitaria interrumpida, podría
quedar por debajo del nivel socio cultural
alcanzado por sus padres. Los fracasos
experimentados por los individuos no son el
resultado de un fracaso personal, al menos no
solamente.
El empobrecimiento económico y simbólico de
gran parte de la población es el resultado de
una sociedad que asiste diariamente al
vaciamiento y debilitamiento de sus
instituciones -que ya no constituyen referentes
identitarios para los sujetos-, al
desdibujamiento de un Estado garante de la
salud, la educación, la justicia y la regulación
normativa para una mayor equidad en la
distribución de los recursos.
"Cuando lo público ya no existe como sólido, el
peso de la construcción de pautas y la
responsabilidad del fracaso caen total y
fatalmente sobre los hombros del individuo"10
¿Cómo leer entonces el fenómeno del delito
en este contexto? Se vuelve imposible pensar
el delito como consecuencia directa de un
atributo personal. Se trata de un cruce de
factores individuales y sociales. Un complejo
entramado de inscripciones políticas, sociales,
culturales, económicas que codeterminan la
emergencia del delito en el devenir de la vida
de un individuo. En relación con la dimensión
política, por ejemplo, cabe preguntarse: ¿qué
políticas públicas se destinan a la inclusión de
los jóvenes desplazados del circuito social ?
La diferencia en los modos de existencia de
diferentes sectores de la sociedad habla de la
desigualdad en la distribución de los recursos
que habilitan, a quienes tienen acceso, a la
construcción de un proyecto de vida que los
hace parte de un cuerpo social. Si, como
afirma Pierre Rosanvallon, la desigualdad es
un acto de violencia de unos sobre otros, ¿qué
respuesta se pretende de quienes sufren
permanentemente sus efectos?
A pesar de que la vulnerabilidad económica
parece ser causante de los mayores estragos
en la vida de los individuos, la situación de
marginalidad es el resultado de un doble
proceso: el desenganche laboral y el
debilitamiento de la inserción relacional. Se
puede tener un trabajo estable, o un trabajo
precario, se puede contar con una fuerte
inserción relacional, con una inserción
relacional más bien frágil, o sufrir una
situación de aislamiento social11.
Un ejemplo para reflexionar acerca de las
problemáticas actuales del trabajo es la
situación laboral de los padres de Pato. A
mediados de los años ‘ 70 montaron una
pequeña fábrica de producción de churros que
aparentemente había funcionado muy bien.
Hoy, pese a todos los esfuerzos personales
de la madre (prepara la masa para los churros
con dedicación y esmero) y del padre (recluta
trabajadores para su negocio: un pastelero y
una red de vendedores ambulantes; y
pregona un discurso de reflote de la "fábrica
nacional"), los resultados son adversos pues
las condiciones del mundo laboral han
cambiado. "La fábrica es sustituida por la
empresa, y la empresa es un alma, es
etérea"12. La empresa ya no requiere de esas
enormes y pesadas máquinas de pastelería, ni
de los cuerpos de sus trabajadores. Esto
resulta incómodo e inconveniente para estas
nuevas empresas que se manejan de manera
globalizada y con la menor cantidad de
personas de por medio.
La educación como espacio estratégico
para la construcción de subjetividad
La desaparición de un proyecto colectivo que
habilita a los individuos a participar en la vida
pública y a tomar decisiones repercute en la
institución educativa, fundamentalmente en la
construcción de un proyecto educativo integral
que incluya a las familias y la comunidad.
Entre las diversas consecuencias, la escuela
tiene grandes dificultades para convocar a los
jóvenes y, en ciertas ocasiones, llega a
expulsarlos.
La escuela ha dejado de ser ese espacio de
cobijo y cuidado que corresponde a la
educación. Un cuidado que incluye el respeto
por los intereses y posibilidades de nuestros
alumnos, que promueve la estructuración de
lazos de mayor protección mutua y que valora
el conocimiento como condición para la
participación y la construcción de ciudadanía.
Es decir, formas de cuidado más igualitarias y
democráticas que se fundamenten en la
transmisión de una herencia simbólica que nos
haga a todos portadores y hacedores de
cultura.
"... un movimiento mediante el cual la sociedad
procura liberar, aunque sea parcialmente, a los
individuos de su historia, para permitirles
afrontar mejor su porvenir abriéndoles un
abanico de opciones que ciertas circunstancias
de su pasado restringieron"13.
Esta idea de igualdad conlleva una lucha
contra el determinismo que explica linealmente
el futuro a partir del pasado, es decir, una
lucha contra lo inexorable.
La escuela fue orientada hacia la disipación, la
precarización y la fuga en términos de
producción de sentido y significaciones por
parte de los grupos que la habitan.
La resistencia frente al vaciamiento de sentido
debe ser aún mayor en el caso de los
educadores en contextos de encierro, dada la
amenaza de sinsentido presente en estas
instituciones y el entrecruzamiento entre la
lógica de la seguridad y la pedagógica,
siempre en tensión.
A pesar de que en ciertas circunstancias la
urgencia de atender las problemáticas sociales
ha hecho vacilar el sentido de la escuela, nos
enfrentamos al desafío de sostener una ética
de la responsabilidad frente a los niños y
adolescentes, siempre más desprotegidos y
vulnerables. El desafío del docente no es
menor, pues la pérdida de prestigio, el
deterioro de la capacidad profesional, la
pérdida de reconocimiento social alcanzan a
todos los niveles y áreas de la enseñanza,
afectando la constitución de la subjetividad de
los docentes como operadores estratégicos.
El efecto de la crisis sobre las identidades
produce la desarticulación de las
representaciones que cada uno se hace de su
porvenir. Cuando el futuro pierde valor, el
presente adquiere un lugar privilegiado. La
inmediatez tiñe las relaciones entre los
individuos y también las del sujeto con el
mundo.
En relación con los jóvenes que delinquen, la
corrosión del horizonte temporal se expresa en
acciones regidas por una racionalidad que no
evalúa costos ni beneficios y carece de
planificación. La mayor parte de estos delitos
son actos improvisados y repentinos,
comandados por el tiempo de la vertiginosidad.
La lógica es la de la satisfacción de las
necesidades inmediatas14.
En tal sentido, la institución educativa ha
perdido parte de su potencia como espacio
estructurador del futuro. En este contexto nos
preguntamos, ¿cómo construir en la escuela
espacios para la resignificación de un proyecto
de vida que promueva una efectiva inclusión
social cuando vivimos en un mundo inestable
e imprevisible regido por el lema de nada a
largo plazo? ¿Cómo promover la
construcción/ reconstrucción de lazos que

estructuren la vida de los sujetos en un mundo
cambiante y lleno de incertidumbre? ¿Cómo
sostener como docentes un espacio de
compromiso y de cuidado recíproco en
instituciones estalladas incapaces de investir la
tarea de quienes las habitan?
Los efectos paradojales de esta época son el
caldo de cultivo en el cual se originan las
subjetividades singulares y sociales En ese
contexto sociohistórico devastado, en el cual
confluyen la pobreza, la desocupación, la
soledad y el desarraigo, ¿qué formas de
subjetividad construimos?

1 Daney, S., Perseverancia, El Travelling de Kapo,
Tatanka, Buenos Aires, 1997

 2 Berger J. Modos de ver, Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 2002.

3 Gramsci, A., Cuadernos de la Cárcel, México DF,
Ediciones Era S.A.,1981.

4 Bourdieu, P., Creencia artística y bienes
simbólicos , Aurelia Rivera Grupo Editorial, Buenos
Aires,2003
 
5 Bauman Z., Modernidad Líquida, “Prólogo”,
FEC., Buenos Aires, 2005.
 
6 Metonimia: tomar la parte por el todo

7 Bauman, Z., Amor Líquido, FCE, Buenos
Aires,2005

8 Ibídem.

9 Bauman Z., Modernidad Líquida, Capítulo: Trabajo", FEC, Buenos Aires, 2005.

10 Bauman Z., Modernidad Líquida, FEC, Buenos Aires, 2005.

11 Castel R., “La dinámica de los procesos de marginalización: de la vulnerabilidad a la
exclusión”, en El espacio institucional. Lugar Editorial, Buenos Aires, 1991.

12 Deleuze G.,"Post-Scriptum sobre las sociedades de control" en Conversaciones. Pre- Textos,
Valencia, 1980.
 
13 Fitoussi y Rosanvallon, La nueva era de las desigualdades, Manatial, Buenos Aires, 1997

14 Kessler G., Sociología del delito amateur, Paidós, Buenos Aires, 2004.