jueves, 10 de noviembre de 2011

Los muertos, una película de Lisandro Alonso





Por Alejandra Rodríguez

 Hasta el 10 de Octubre, la Fundación Cinemateca Argentina, Primer Plano Film Group y el Complejo Teatral de Buenos Aires exhiben en el Teatro General San Martín (Sala Lugones), Los muertos, el segundo largometraje de Lisandro Alonso.
Se trata de un acontecimiento inédito en la historia de las proyecciones realizadas en la Sala Leopoldo Lugones, ya que nunca antes se había acuñado en ella un estreno cinematográfico.
Mientras la película recorre diferentes salas y festivales internacionales, a nivel local esperamos se concrete su estreno en el circuito comercial y cuente además con buena repercusión de público.  
Luego de su preestreno en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, en abril pasado, fue exhibida fuera de concurso en la Quincena de los Realizadores de Cannes, donde obtuvo los mayores elogios de la crítica internacional. Asimismo, tiene confirmada su fecha de estreno en París para el próximo 4 de noviembre y fue adquirida para su distribución en Portugal por el legendario Paulo Branco, productor de las películas de Raúl Ruiz, Manoel de Oliveira y Joao Cesar Monteiro, entre otros grandes cineastas europeos.
Al igual que en su primera película, relato de un día en la vida de un hachero del monte pampeano (La libertad; 2001), Los muertos, cuyo relato está centrado en el recorrido de un ex convicto que se adentra en el monte correntino, bordea el punto límite entre la ficción y el documental. La narratividad de sus films está dada en la observación detenida, casi a modo de registro, de las situaciones cotidianas de sus personajes.
Al comienzo del film, la cámara, que inicia su registro en el momento posterior a un doble crimen, se escabulle entre la selva, moviéndose sigilosamente entre  los árboles, captando el sonido de los pájaros, del río que corre, hasta encontrarse con dos cuerpos desnudos sangrantes que yacen boca abajo sobre el pasto. En ese registrar casi impróvido puede verse la figura borrosa, imperceptible y lejana de alguien que se acerca y que luego pasa rozando  la cámara, dejando  ver claramente una mano que empuña un cuchillo y se abre camino entre la arbolada.
Los movimientos oscilantes de la cámara generan la extraña sensación de estar acariciando el paisaje con la mirada, como  si uno pudiera tocar con la vista.
En esta primera secuencia el espectador es introducido sutilmente en la atmósfera del film: naturaleza y muerte.
El protagonista, Argentino Vargas, permanece en la cárcel cumpliendo una condena por haber asesinado a sus hermanos. Luego de treinta años de encierro, recupera la libertad y emprende un interminable trayecto hacia el reencuentro con su hija. La posibilidad de este encuentro, será el impulso motor de la travesía de Argentino. La espera y la ausencia serán dos características latentes que teñirán la totalidad del relato.
Lo narrativo se inscribe mediante la mostración, casi a modo de ritual, de un determinado número de acciones llevadas a cabo por el protagonista que conforman en sí un itinerario laberíntico: sus preparativos en la cárcel antes de salir en libertad; el traslado en vehículos hasta un pueblo; la compra de provisiones y el regalo para su hija; un encuentro sexual; un placentero almuerzo al costado del camino y, finalmente, el hallazgo de la persona que le proveerá la canoa para el viaje. El breve diálogo que mantienen marca de algún modo un punto de inflexión en la historia, ya que nos aporta un dato revelador acerca de Argentino, quien ante la interrogación insistente del viejo responde -“Ya me  olvidé de todo”-. Sube a la canoa, provisto de agua, pan y vino. El espectador inicia a su lado el recorrido aguas adentro compartiendo simultáneamente el espacio y el tiempo  con el protagonista.
De esta forma, Lisandro Alonso recurre al minimalismo narrativo; en Los muertos no suceden “grandes cosas”, la historia contada es simple, importa más el trayecto que realiza el personaje que el acontecimiento en el que se apoya el relato. Aquella suerte de recorrido infinito que emprende por el Paraná, funciona como un momento de suspensión temporal y narrativa. Por momentos, la narración parecería detenerse en relación a la historia más importante. Justamente, es ése recorrido la situación narrativa substancial.
En reiteradas escenas la cámara no sigue la acción del personaje, se queda contemplando el acontecer de la naturaleza, remarcando de este modo su independencia y exaltando la fascinación por el paisaje.
El viejo mito griego del río infernal dice que las almas al morir deben atravesar el Leteo, el río de la muerte, ya que sus aguas deslizadas suave y lentamente poseen la maravillosa propiedad del olvido; el olvido del dolor y de los amargos recuerdos existenciales. Las almas, tras la muerte del cuerpo, son cruzadas por Caronte, el barquero infernal, al que tienen que pagarle un óbolo por este viaje fatal sin retorno.
Es posible pensar Los muertos, a la luz de este mito. El río Paraná, en un plano simbólico, puede ser leído como el Leteo, río del olvido y del no retorno. Argentino dice haber olvidado; recorre el Paraná cargando con sus muertos, y nosotros somos invitados a subir con él y a transitar ese recorrido, que por momentos se torna infinito. Su persona  me remite a Caronte, el barquero infernal que transporta las almas.
Consultado en el marco del Festival de Cine Latinoamericano realizado este año en Perú, acerca de qué intentaba expresar con Los muertos, el director del film comentó: “lo que quería con esta película era hablar de un montón de gente que vive en mi país. Gente que no tiene posibilidades de un trabajo digno, ni de salud, educación, respeto, etc. Personas escondidas, que siguen andando por ahí y que simplemente sobreviven. A lo que voy con Los muertos es hablar de personajes que están rodeados de dolor, sufrimiento y sangre.”
El film es un viaje al ‘interior del interior’ de nuestro país, nos enfrenta cara a cara con esa ‘otra cultura’: la de los olvidados, los postergados, los excluidos.
En el mundo recreado por el director se conjugan la contemplación de la naturaleza, la soledad del hombre, la pobreza, la supervivencia, el silencio y la búsqueda. La emoción aparece cuando somos capaces de mirar de verdad. La observación solícita a la que somos inducidos nos evidencia toda la complejidad que se condensa en aquello que creemos tan simple.

El cine de Lisandro Alonso es un cine que invita a ver, a pensar. Sus películas son textos, espacios abiertos para la producción de sentido. Su obra se abre para ser completada por el verdadero dueño del film, el espectador. Hay películas que nos miran; y Los muertos, claramente es una de ellas.


*El Sur también se ríe, Revista Cultural, Dirigida por Tute. (2004-2005)

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